Origen y receta. Cuenta la historia que personas sin apenas recursos (presuntamente de raza gitana) merodeaban por la huerta murciana solicitando alguna ayuda para el sustento de sus familias, a lo que los propietarios de los terrenos respondían regalando algunas de las verduras que en ellos se cultivaban. Leyenda urbana o no, parece ser que con todo lo que reunían preparaban un guiso al que, de forma oficial, se le llamó olla gitana. Potaje sencillo, rico y abundante en ingredientes, su principal fuente de proteína son dos humildes legumbres -los garbanzos y las habichuelas (alubias blancas)- que se enriquecen con hortalizas y verduras, como cebolla, tomates, bajocas (judías verdes), zanahoria, patatas (para aportar hidratos de carbono) y otros dos componentes que terminan de redondearlo: la calabaza totanera y las peras de agua. Con todo eso, más laurel, almendras fritas, cominos, pimentón dulce, azafrán y el toque magistral de la hierbabuena se elabora este plato huertano sabroso, suculento y, al mismo tiempo, saludable. Direcciones y versiones. Se consume de forma preferente en los hogares murcianos, en bares o tabernas que sirven menú del día y algo menos en restaurantes de cierto nivel que esporádicamente lo incluyen en sus cartas. Algunos de ellos son El Rincón de Pepe, Virgen del Mar, Alborada, Santa Ana y El Churra en la capital; en pedanías cercanas como La Plaza (Cabezo de Torres) o Local de Ensayo (Puente Tocinos) y, finalmente, otros pertenecientes a la provincia como El Sordo (Valle de Ricote); Los Chispos (Yecla) o La Cangreja (Cartagena), donde se opta por la versión más clásica (en la foto).