Un ave tan resistente que un ejército moderno intentó detenerla con ametralladoras… y falló. En 1932, Australia protagonizó uno de los episodios más insólitos de su historia: la llamada Guerra del Emú.
Tras la Primera Guerra Mundial, miles de veteranos recibieron tierras agrícolas en Australia Occidental para cultivar trigo. Pero cuando más de 20.000 emúes migratorios irrumpieron en los campos, derribando cercas y devorando cultivos, los granjeros pidieron ayuda militar. El gobierno respondió enviando soldados armados con ametralladoras Lewis.
El resultado fue un desastre. Los emúes corrían a casi 50 km/h, zigzagueaban en todas direcciones, se dispersaban en grupos pequeños y su plumaje denso volvía difícil acertar disparos a distancia.
Tras varias semanas de operaciones, el ejército había gastado miles de disparos con un éxito mínimo. La historia estalló en la prensa: un ave había burlado a un ejército entero.
Y eso solo es la superficie. El emú, de casi dos metros de altura, es la segunda ave más grande del planeta y un especialista absoluto en resistencia.
Puede recorrer cientos de kilómetros siguiendo lluvias y brotes vegetales, unidas a patas de tres dedos tan robustas que funcionan como resortes biomecánicos. En defensa, un emú puede propinar patadas capaces de causar heridas graves.
En esta especie, los roles parentales están invertidos. Las hembras ponen sus huevos —hasta 20, de color verde oscuro— y luego se marchan. El macho los incuba durante unas ocho semanas, apenas alimentándose y perdiendo hasta un tercio de su peso.
Después cría a los polluelos durante más de un año, mientras la hembra busca nuevas oportunidades reproductivas.
Hoy, el emú es símbolo nacional de Australia y aparece en su escudo junto al canguro. Una especie que recuerda que la naturaleza no solo sobrevive: a veces, incluso derrota a un ejército.
