Mi esposa, después de doce años de casados, me dijo algo que me dejó completamente desconcertado:
—Invita a otra mujer a cenar y al cine.
Me quedé mirándola sin entender, y ella añadió con calma:
—Te amo, pero sé que hay otra mujer que también te quiere muchísimo, y que merece pasar un rato contigo.
Esa “otra mujer” era mi mamá. Llevaba casi veinte años viuda. Con el trabajo y los niños, la veía mucho menos de lo que debía.
Esa misma noche le marqué.
—¿Mamá? Pensaba que podríamos salir a cenar y al cine, solo tú y yo.
Hubo un silencio y luego su voz, con un tono preocupado:
—¿Pasó algo, hijo? ¿Estás bien?
Era de esas mujeres que, si suena el teléfono tarde, enseguida se imagina lo peor.
—Todo bien, mamá —le respondí—. Solo pensé que te gustaría pasar una noche conmigo.
—Claro que sí, hijo —dijo después de una breve pausa—. Me encantaría.
El viernes pasé por ella. Estaba esperándome en la puerta, con un vestido que reconocí enseguida: el mismo que usaba en los aniversarios de su boda. Llevaba un abrigo sobre los hombros y se había peinado con esmero.
—Le conté a mis amigas que mi hijo me invitó a cenar… y hasta se pusieron celosas —dijo riendo mientras se subía al coche.
Fuimos a un restaurante pequeño, nada lujoso, pero acogedor y cálido. Mi mamá me tomó del brazo con elegancia, como si fuera la reina de la noche.
Le leí el menú porque ya no alcanzaba a ver bien las letras pequeñas. Y de pronto la sorprendí mirándome con una mezcla de ternura y nostalgia.
—Antes era yo la que te leía el menú, cuando eras niño —me dijo con una sonrisa.
—Bueno, mamá, ahora me toca a mí —le respondí.
Platicamos de todo y de nada, de cosas simples, pero con una cercanía que hacía años no sentía. Estábamos tan a gusto que al final llegamos tarde a la película.
Cuando la dejé en casa, me dijo:
—La próxima vez también salimos, pero ahora yo invito.
Reímos, y le prometí que así sería.
Esa noche mi esposa me preguntó cómo había estado todo.
—Mucho mejor de lo que imaginaba —le respondí con sinceridad.
Unos días después… mi mamá falleció. Tan rápido, tan de repente, que no tuve tiempo de hacer más por ella.
Poco después llegó a casa un sobre con mi nombre. Dentro venía un recibo pagado del mismo restaurante y una nota escrita con su letra:
“Ya pagué nuestra próxima cena. Si yo no puedo ir, lleva a tu esposa. Está pagado para dos.
Hijo, no sé cómo explicarte lo mucho que significó para mí esa noche. Te amo.”
Desde entonces, entiendo algo profundamente: hay que aprovechar el tiempo con los padres mientras lo tenemos.Ellos se alegran sinceramente con nuestras alegrías y sienten nuestras tristezas más que nadie.
Encuentra tiempo para ellos… antes de que el tiempo los encuentre primero.

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