En 1941, un ingeniero mecánico suizo llamado George de Mestral salió a dar un paseo con su perro en los Alpes. Al regresar a casa, notó que su ropa y el pelaje de su perro estaban cubiertos de pequeñas semillas de cardo, esas que se pegan con facilidad. Intrigado por cómo se adherían tan firmemente, George decidió examinar una de las semillas bajo un microscopio.
Lo que descubrió fue una serie de diminutos ganchos que se enganchaban en los bucles de la tela y del pelaje. Este hallazgo le dio una idea: ¿qué pasaría si pudiera replicar este mecanismo de sujeción en un material sintético? Después de varios años de experimentación, en 1955, George de Mestral patentó su invento, conocido como velcro.
El velcro está compuesto por dos tiras: una con pequeños ganchos y la otra con pequeños bucles. Al presionarlas juntas, los ganchos se adhieren a los bucles, creando una unión fuerte pero fácil de despegar. Esta tecnología revolucionó la forma en que se unen y sujetan materiales, encontrando aplicaciones en una amplia variedad de industrias, desde la moda hasta la aeroespacial.
El velcro es ahora una herramienta indispensable en innumerables productos, y la visión y perseverancia de George de Mestral nos enseñan cómo la observación de la naturaleza puede llevar a innovaciones sorprendentes y prácticas.