Tercera aparición
Volviendo a su casa volvió a encontrarse con la luminosa Imagen de la Virgen. Siempre de rodillas le explicó que el Obispo había pedido una prueba. P
ara su sorpresa una sonrisa iluminó el rostro sublime de la Virgen, quien le dijo:
– Está bien lo que dices, hijo mío. Regresa mañana y podrás llevar contigo la señal que el Obispo necesita.
Juan Diego se calmó de inmediato.
De regreso a casa, se encontró con su tío Juan Bernardino postrado en cama, con una fuerte fiebre, el médico que le atendió dijo que era una enfermedad incurable y fatal.
Juan Diego corre a buscar un sacerdote. En estas circunstancias no pudo acudir a la cita con la Virgen, quedándose con cierto remordimiento y vergüenza.
Quiso ir por otro camino para no encontrarse con Ella pero optó por tomar el camino de siempre y se echó a correr apenas avistó el cerro, para no tener que dar cuentas a la Madre de Dios de su ausencia en ese día (4).
Obispo Zumárraga ante la tilma de San Juan Diego
Monasterio de la Anunciación en Alba de Tormes, España
Cuarta aparición
Después de buscar al sacerdote que debía atender a su tío, al volver a pasar por el cerro del Tepeyac, se encontró de repente con aquel raudal de luz que viera en las tres ocasiones pasadas.
Paró en seco y quedó deslumbrado y temiendo ser censurado por la Señora escuchó en cambio una voz dulce que le interpeló con gran ternura:
– Hijo mío, ¿qué te sucede?
A lo que Juan Diego responde:
– Mi hermosa Señora, mi tío Bernardino está muy enfermo, se está muriendo y estoy en busca de un sacerdote porque él me lo ha pedido, por eso te prometo, mi Señora que una vez que haya cumplido con éste deseo regresaré ante ti para cumplir tu voluntad. Te ruego me perdones y tengas paciencia conmigo, pues no fue mi intención engañarte. Mañana a primera hora estaré contigo (5).
Ahí Nuestra Señora le dio una respuesta que es un mensaje para todos y cada uno, en todos los tiempos, y es lo que el fiel peregrino siente cuando estando en la Basílica del distrito federal de México se encuentra bajo el lienzo milagroso de la Virgen de Guadalupe:
– Mi queridísimo hijo, escúchame y deja que mis palabras logren llegar a tu corazón. No te angusties con esos sufrimientos. No temas nunca a ninguna molestia, enfermedad o dolor. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy acaso la fuente de tu vida? ¿No te acojo bajo los pliegues de mi manto, bajo el amor de mis brazos? ¿Hay algo más que puedas necesitar? No permitas que la enfermedad de tu tío te angustie, porque él no va a morir a causa de ese mal. Quiero que sepas que, justo en este instante, él ya está curado (6).
Pensó Juan Diego que si Ella lo decía debía ser verdad y quedó calmo. Entonces se ofreció a dirigirse ahora mismo a la casa del Obispo a entregarle la señal que Ella quisiera darle.
La Virgen le respondió:
– Juanito…Dieguito, hijo mío… sube hasta la cumbre del cerro y recoge las flores y vuelve aquí.
Subió y encontró una alfombra de flores, allí donde antes sólo había matojos y pedregal. Para colocarlas se despojó de su tilma y le usó a guisa de cesto, recogió rosas de una belleza única, como nunca había visto.
Al mostrarle a la luminosa Señora, Ella tomó en sus manos aquel cargamento de flores y las dejó caer sobre la tilma, para decir después:
– Hijo mío, todas esas flores son la prueba que pide el Obispo y a él se las llevarás… Dile que mire en esas flores mi voluntad y mi deseo, que él debe cumplir…. Eres digno de toda mi confianza, hijo mío, y por ello eres mi mensajero…
Y partió rápidamente. Su marcha era ágil, llena de alegría. Por el camino iba pensando que ahora iba a ir todo bien, tenía mucha confianza.
Al llegar al palacio del obispo los empleados le trataron de modo hostil, pero Juan Diego no se inmutó y esperó calmo.
Pasaron tres horas y él perseveraba con terquedad. Los empleados picados por la curiosidad querían que abriese su tilma que llevaba tan segura. Juan Diego se opuso y los enfrentó con energía.
Los ruidos subieron hasta el salón del obispo Zumárraga, por lo que salieron dos religiosos que trabajaban con el prelado y le pidieron ver lo que traía en su poncho.
Al ver el contenido quedaron deslumbrados al ver esas bellísimas rosas de Castilla que exhalaban un perfume riquísimo.
Un oficial del palacio viendo la escena avisó al Obispo quien mandó que subiese inmediatamente a su presencia.
Juan Diego le narró su nuevo encuentro con la bella Señora y la prueba que le mandaba. Extendió entonces la tilma, la abrió ante los ojos de los presentes.