El cristianismo es precisamente la religión por excelencia, porque exhibe y manifiesta la naturaleza y la esencia misma de toda religión: el empobrecimiento sistemático y absoluto, la esclavitud y la degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto constituye el principio supremo, no solo de toda religión, sino de toda metafísica, como también de las escuelas deístas y panteístas.
Al ser Dios todo, el mundo real y el hombre son nada. Al ser Dios la verdad, la justicia y la vida infinita, el hombre es falsedad, iniquidad y muerte. Siendo Dios el señor, el hombre es el esclavo. Incapaz de encontrar por sí mismo el camino hacia la verdad y la justicia, ha de recibirlas como una revelación del más allá, a través de intermediarios elegidos y enviados por la gracia divina.
Además, la historia nos muestra que los predicadores de todas las religiones —salvo los de Iglesias perseguidas— han estado aliados con la tiranía. E incluso los sacerdotes perseguidos, aunque combatiesen y maldijeran a los poderes que los perseguían, ¿no disciplinaban al mismo tiempo a sus propios creyentes, poniendo así los fundamentos de una nueva tiranía?
La esclavitud intelectual, sea cual fuere su naturaleza, tendrá siempre como resultado natural la esclavitud política y social.
