QUIENES FUERON EN LA EDAD MEDIA LOS BIZANTINOS, OSTROGODOS Y VISIGODOS/

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Pueblo visigodo

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Recorrido de las campañas visigodas en tiempos de Alarico I.

Reino visigodo y las provincias de la Hispania visigótica (625 a 711).

Los visigodos fueron una rama de los pueblos godos, que a su vez pertenecen a los pueblos germánicos orientales, llamados pueblos bárbaros, y que vivieron dentro del Imperio romano durante la antigüedad tardía. Surgieron primero en los Balcanes de grupos góticos anteriores (posiblemente de los tervingios)1​que habían invadido el imperio romano a partir de 376 y habían derrotado a los romanos en la batalla de Adrianópolis en el año 378.

Las relaciones entre los romanos y los visigodos variaron, pactando cuando era conveniente y enfrentándose en batalla si era necesario. Bajo el mando de Alarico I invadieron la península itálica y saquearon Roma en el año 410, período durante el cual Alarico empezó a ser llamado su rey. Más tarde se establecieron en el sur de la Galia como foederati del Imperio romano, donde crearon un reino con capital en Tolosa, cuya autoridad se extendió a Hispania aprovechando el vacío de poder que había dejado la caída del Imperio romano de Occidente, a expensas de los suevos y vándalos. En el año 507, fueron derrotados por los francos de Clodoveo I en la batalla de Vouillé, a partir de la cual el reino visigodo se limitó a Hispania, conservando la Septimania al otro lado de los Pirineos.

Los visigodos eran una minoría gobernante sobre la población hispanorromana, separados de ella fundamentalmente por sus creencias religiosas, ya que eran cristianos arrianos, mientras que la población local era cristiana romana. La conversión del rey Recaredo I posibilitó la convivencia de ambos pueblos, y el reino consolidó su poder con el apoyo de la Iglesia.

Los visigodos no dominaron por completo la península ibérica hasta finales del siglo VII. Los alanos, un pueblo de origen iranio, los vándalos y los suevos ocupaban grandes territorios en Hispania. Los dos primeros, con preeminencia de los vándalos, se trasladaron a África, donde crearon un Estado poderoso con centro en Cartago.

En cuanto a los suevos, fue el primer pueblo germánico en crear un reino cristiano de Europa Occidental en 411 que resistió hasta 585, a partir de un foedus o tratado de paz estable con los romanos, formando su propio reino en Gallaecia, con 174 años de duración,[cita requerida] y al igual que el reino godo en continuo conflicto de sucesiones reales (electas), con la población hispanorromana, terratenientes armados y la Iglesia Occidental (“Católica”), pues ellos profesaban la arriana. Su capital era Bracara Augusta, la actual Braga, y abarcaba la provincia romana de Gallaecia y media Lusitania, haciendo incursiones por las provincias de Bética (Emerita, Hispalis) y Tarraconensis (Soria) hasta el año 585 al intervenir (Leovigildo/Hermenegildo en las luchas por el trono de los visigodos), siendo Hispalis (Sevilla) el teatro de operaciones. El rey suevo Miro apoya a Hermenegildo (583), que termina jurando fidelidad a Leovigildo, y tras tomar Sevilla y a los sublevados, ataca la Gallaecia en 585, apoderándose del Tesoro Real. En el tramo pirenaico, los vascones presentaron una tenaz resistencia al dominio visigodo y parece que también lo hicieron los cántabros y los astures, aunque las fuentes al respecto son escasas. En la región de la provincia Cartaginense se mantuvo una precaria administración romana bajo soberanía visigoda, hasta que en el siglo VI fue reconquistada por el Imperio y se convirtió en la provincia de Spania, la cual -después de un siglo- cayó nuevamente en poder de los visigodos.

Fue dentro de lo que son actualmente España y Portugal que los visigodos crearon el Estado por el que más se les recuerda. Durante su gobierno de Hispania, los visigodos construyeron numerosas iglesias, que han sobrevivido, y dejaron muchos artefactos que han sido descubiertos en cantidades cada vez mayores por arqueólogos en años recientes, destacando entre ellos el Tesoro de Guarrazar de coronas votivas y cruces. Cerca del año 589, los visigodos bajo el mando de Recaredo I se convirtieron del arrianismo al cristianismo niceno, adoptando gradualmente la cultura de sus súbditos hispanorromanos. Su código legal, el Lex visigothorum (traducido al romance como Fuero juzgo), que se completó en 654, abolió la antigua práctica de aplicar leyes diferentes para romanos y visigodos. Una vez cesaron las distinciones legales entre romani y gothi, fueron conocidos de manera colectiva como hispani.

En el siglo que siguió, la región fue dominada por los Concilios de Toledo y el episcopado y se sabe poco más de la historia de los visigodos. El reino de los visigodos estuvo aquejado por frecuentes disputas sucesorias, las cuales posibilitaron su derrota por los invasores musulmanes del norte de África. En el año 711, un ejército invasor de árabes y bereberes derrotó a los visigodos en la batalla de Guadelete. El rey visigodo, Roderico (Rodrigo) y muchos miembros de su élite gobernante murieron en batalla y su reino colapsó rápidamente, y si bien se mantuvieron núcleos de resistencia en Septimania y en Asturias, el pueblo visigodo desapareció como tal, mezclado con los hispanorromanos y sustituido por el califato omeya. A esto le siguió la subsecuente creación del reino de Asturias en el norte de España y el comienzo de la Reconquista por parte de tropas cristianas comandadas por Don Pelayo.

Los visigodos fundaron las únicas nuevas ciudades en Europa occidental desde la caída de la mitad occidental del Imperio romano hasta el ascenso de la dinastía carolingia. Muchos nombres visigodos se usan aún en los idiomas modernos del castellano y el portugués. Con todo, su legado más notable fue la Lex visigothorum, que sirvió entre otras cosas como la base de los procedimientos judiciales en la mayor parte de la Iberia cristiana hasta la Baja Edad Media, siglos después de la desaparición de su reino.

Tervingios y greutungos

Artículos principales: Tervingios y Greutungos.

Gutthiuda, el territorio de la confederación tervingia2​ del Danubio en el siglo IV.

La división de los godos se menciona por vez primera en 291, donde aparecen los tervingios.3​ Esta primera mención tuvo lugar en un elogio al emperador Maximiano (285-305), pronunciado en el año 291 o poco después (o quizá pronunciado en Tréveris el 20 de abril de 292)4​ y tradicionalmente atribuido a Claudio Mamertino,5​ que dice que los «tervingios, otra división de los godos» (Tervingi pars alia Gothorum) se unieron a los taifalos para atacar a los vándalos y a los gépidos. El término «vándalos» puede estar equivocado y referirse en realidad a los victohali, porque alrededor del año 360 el historiador Eutropio narra que Dacia estaba entonces (nunc) habitada por los taifalos, victohali y tervingios.6

Las referencias contemporáneas a las tribus góticas usaban los términos Vesi, Austrogothi, Tervingi y Greuthungi. La mayor parte de estudiosos han concluido que los términos Vesi y Tervingi se empleaban ambos para referirse a una misma tribu particular, mientras que los términos Ostrogothi y Greuthungi se utilizaban para referirse a otra. Herwig Wolfram indica que las fuentes primarias no mezclan los nombres de los pueblos: estas mencionan, por un lado, la pareja tervingios-greutungos y, por otro, la pareja vesi-ostrogodos y no en otra combinación, aunque ocasionalmente se enumeran los cuatro nombres como Gruthungi, Austrogothi, Tervingi, Visi.7​ Según Herwig Wolfram, en la Notitia dignitatum los vesi son igualados a los tervingios en una referencia a los años 388-391;3​ esto no está claro en la propia Notitia. Hay un gran debate erudito sobre la identificación de los vesi con los tervingios y de los greutungos con los ostrogodos. Que los tervingios fueran los visigodos y los greutungos los ostrogodos es algo que también indica Jordanes,1​ que identificó a los reyes visigodos desde Alarico I hasta Alarico II como los herederos del juez tervingio Atanarico del siglo IV y los reyes ostrogodos desde Teodorico el Grande hasta Teodato como los herederos del rey greutungo Hermanarico. Esta interpretación, sin embargo, aunque muy divulgada entre los eruditos actuales, no es universal.

Para Wolfram existe una continuidad entre tervingios y visigodos y entre greutungos y ostrogodos. Las derrotas godas en la época de Claudio II y Aureliano habrían hecho que los godos se escindieran.8​ Al este del Dniéster permanecieron los greutungos,9​ y en el Bajo Danubio los tervingios constituyeron junto con otros pueblos, como los taifalos o sármatas,10​ una confederación de pueblos que estuvo encabezada por un juez, Atanarico. De esta confederación de pueblos surgirían los visigodos. Para Heather, por el contrario, la división de los godos se produjo por la invasión de los hunosː los visigodos resultarían de una mezcla de tervingios y greutungos y seguidores de Radagaiso, que se establecieron al sur del Danubio a finales del siglo IV; mientras que los ostrogodos serían el resultado de la unión de fuerzas de Teodorico II y Teodorico el Grande a fines del siglo V.11​ Roger Collins cree que la identidad visigótica surgió de la Guerra gótica (376-382), cuando tervingios, greutungos y otros contingentes «bárbaros» formaron un ejército federado al este de los Balcanes que no se integró en la sociedad romana12​ y que, por tanto, no podían ser reconocidos únicamente como tervingios.

Wolfram indica que Vesi y Ostrogothi eran los términos que cada tribu empleaba para autodescribirseː los vesi eran los ‘buenos’, ‘nobles’, y los ostrogodos eran los ‘godos del sol naciente’, en tanto que Tervingi y Greuthungi eran identificadores geográficos con los que cada tribu describiría a la otra tribu,13​ lo que explicaría que estos últimos términos dejaran de usarse después del año 400, cuando los godos habían sido desplazados por las invasiones de los hunos.3

El término visigodo es una invención del siglo VI. Casiodoro, que era un romano al servicio del rey Teodorico el Grande, inventó el término Visigothi para hacer la correspondencia con el de Ostrogothi; así, pensando que este último término significaba godos orientales, se inventó un término para designar a los godos occidentales.14​ El término visigodo fue empleado en el mismo reino visigodo, pues así consta en sus relaciones diplomáticas con Italia en el siglo VII.15

Historia

Invasiones godas en el Imperio romano en 267-269.

Durante el siglo III los pueblos godos greutungos y tervingios, efectuaron incursiones contra el Imperio, destacando las del 251 (contra Moesia y Tracia), la del 258-259 (contra la costa del mar Negro, Propóntide, las islas del Egeo, Éfeso, Atenas y otros puntos) y la del 269 (contra Creta, Chipre, Tesalónica y otros puntos). Entre los años 270 y 273, el emperador romano Aureliano abandonó la Dacia, región al norte del Danubio, y los tervingios emprendieron hacia el 300 la ocupación del territorio,16​ y entraron como mercenarios al servicio de los romanos.

El tesoro llamado «Gallina con pollitos de oro» descubierto en Pietroasele, Rumania, adjudicado a los visigodos.17

Penetración en el Imperio romano

Hacia el año 370 los greutungos estaban gobernados por un rey llamado Hermanarico o Ermrich, el primer rey histórico de la dinastía de los Amelungos, quien hubo de enfrentarse en el 375 a los hunos dirigidos por Balamber. Hermanarico, ya anciano, fue gravemente herido en un atentado y se suicidó ante una inminente derrota, sucediéndole Vitimiro, cuyo intento de resistir a los hunos no tuvo éxito y él mismo resultó muerto, de modo que los gretungos fueron sometidos por los hunos.

Pero los tervingios al mando de Alavivo y Fritigerno, que eran unos doscientos mil, se reunieron en la orilla norte del Danubio y pidieron al Imperio, contra el que habían combatido unos años antes, que les aceptara en sus territorios y se les otorgaran tierras donde asentarse. A este grupo se le permitió asentarse en la orilla sur del Danubio y los Balcanes (Tracia y Moesia). Pero la explotación a que fueron sometidos por los funcionarios imperiales y por jefes militares romanos les creó una situación insostenible para su orgullo. Fritigerno y los grandes terratenientes visigodos presentarían quejas y el general romano Lucipino intentó asesinar a Fritigerno durante un banquete; el intento fracasó y Lucipino resultó muerto. Fritigerno y los visigodos se rebelaron (377) en Marcianópolis (Moesia Inferior), venciendo a las fuerzas imperiales en batalla de Adrianópolis (9 de agosto de 378) en cuyo combate murió el emperador Valente. Su sucesor, Teodosio, tras combatirles algún tiempo, ajustó con ellos la paz (381), pero hubo de asentarlos más firmemente en el Imperio y darles un papel importante en el ejército.

Alarico I, el primero en gobernar a todos los visigodos, importante incursor en el Imperio romano. Reproducción fotográfica de 1894 de una pintura de Ludwig Thiersch.

Los visigodos obtuvieron una participación destacada en las guerras civiles de 388 (contra Magno Clemente Máximo) y 394 (contra el pagano Eugenio). Cuando murió Teodosio (17 de enero de 395) el imperio de este se dividió: el Oriente quedó para su hijo Arcadio y el Occidente se asignó a su segundo hijo, Honorio, que solo tenía 11 años, por lo que Teodosio le había designado como regente al general Estilicón, jefe de su ejército. Los visigodos eran gobernados por Alarico I, al que Jordanes indicó que pertenecía al linaje de los baltos, como un medio de incrementar su prestigio.18​ Alarico atacó Constantinopla y asoló Grecia entre los años 395 y 398. El general Estilicón logró expulsarlos de Grecia, pero el emperador, temeroso del poder del general, designó a Alarico gobernador de Iliria, logrando con ello cinco años de paz (396 a 401).

Gala Placidia, nacida en el año 391 e hija de Teodosio estaba, desde niña, comprometida en matrimonio con un hijo de Estilicón, cuando los visigodos conducidos por Alarico penetraron el año 401 en el norte de Italia. Estilicón, fue ejecutado en las revueltas posteriores al año 406 y el compromiso de Gala quedó sin efecto. Alarico invadió Italia con su ejército, se dirigió hacia Roma e impuso como gobernante a un romano, Átalo. No pudo someter a Honorio, aunque en agosto de 410 pudo entrar en Roma y sus godos la saquearon obteniendo, también, a Gala Placidia como la parte del botín más importante. Posteriormente se dirigió al sur para ocupar Sicilia con intención de controlar África, principal centro de aprovisionamiento romano. Falleció a poco de intentar cruzar el mar y su sucesor, Ataúlfo, desestimó este intento y se volvió al norte, pero para buscar un acuerdo con Honorio, para servirle, se casó con su cautiva Gala Placidia en Narbona, el año 414.

Estatua de Ataúlfo. Pactó con Honorio la salida de Italia a cambio de la cesión del gobierno de las Galias.

El saqueo de Roma

Artículo principal: Saqueo de Roma (410)

En 401, Alarico marchó contra Roma pero fue vencido cerca de Pollentia (6 de abril de 402) y después en Verona. Probablemente Estilicón negoció con Alarico su ayuda contra otros bárbaros como Radagaiso, y se cree que le fue ofrecida la confirmación como Magister militum y gobernador de Iliria, con unos límites que entraban en contradicción con las reivindicaciones territoriales de Oriente. El partido nacionalista romano, tal vez instigado por el gobierno de Constantinopla, acusó a Estilicón de preparar la entrega del Imperio a Alarico y urdió un complot. Estalló una revuelta de tropas que obligó a Estilicón a refugiarse en una iglesia, siendo asesinado en el momento de salir (tras prometérsele que salvaría la vida si salía) por Olimpo, bajo órdenes del emperador Honorio (23 de agosto de 408). Alarico regresó a Italia y obtuvo nuevas concesiones de Honorio que se había establecido en Rávena, pero una vez que se retiraron los visigodos, Honorio no mantuvo sus promesas. Los visigodos marcharon hacia Roma y apoyaron la proclamación de un usurpador llamado Prisco Átalo (409), que era de origen jonio y probablemente arriano, el cual concedió a Alarico el título de Magister militum.

Pero Átalo no quiso o no pudo cumplir sus promesas y el rey visigodo regresó a Roma poniéndole sitio. Por primera vez en su historia desde la invasión gala, Roma cae ante un rey extranjero. Después de ser tomada por Alarico, este depuso al usurpador (24 de agosto de 410) y sus hombres saquearon la Ciudad Eterna durante tres días, tras lo cual la abandonaron, llevándose con ellos a Átalo y a Gala Placidia, hermana de Honorio. De Roma pasaron al sur, devastando Campania, Apulia y Calabria. Alarico murió en el sitio de Cosenza (410) y le sucedió su cuñado Ataúlfo. Este pactó con Honorio la salida de Italia a cambio de la concesión del gobierno de las Galias (territorios que escapaban del control de Roma, pues se habían sometido a Constantino). La caída de Roma fue un golpe muy duro para el mundo romano de esa época, porque a la Ciudad Eterna se la creía inexpugnable.

Asentamiento en las Galias

Artículo principal: Invasiones germánicas en la península ibérica

Los visigodos bajo Ataúlfo dejaron Italia (412) y a cambio de tierras por paz, fueron al centro y al sur de las Galias y posteriormente, al norte de Hispania. Las largas y complejas luchas de Ataúlfo para dominar el sur de las Galias le ocuparon varios años (411 a 414). En 414 el rey Ataúlfo, que tras una alianza con Honorio y con el Magister militum Constancio, había vuelto a actuar por su cuenta, se casó con Gala Placidia, hermana de Honorio que había sido raptada por Alarico. Constancio fue enviado a la zona y los visigodos fueron derrotados en Narbona. Constancio logró desviar a Ataúlfo hacia Hispania (lo que le permitía conservar el sur de la Galia), y los visigodos entraron en la Tarraconense en 415.

Ese mismo año Ataúlfo fue asesinado en Barcelona. Walia, su sucesor, trató de establecer a su pueblo en África, pero una tempestad dio al traste con sus intenciones. Los visigodos, faltos de víveres, proponen una alianza con el Imperio romano, en nombre del cual se encargarían de combatir a los suevos, alanos, vándalos asdingos y vándalos silingos, que ocupaban las provincias de Hispania (excepto la Tarraconense),[cita requerida] y a entregar a Gala Placidia; a cambio Honorio les enviaría suministros. Así, los visigodos acaban con los vándalos silingos de la Bética y los alanos de la Lusitania, pero Honorio cambia de planes y vuelve a instalar a los visigodos en la Galia en el 418.

Reino visigodo

Reino de Tolosa alrededor del año 500 (inexacto, pero útil para comparar).

Artículo principal: Reino visigodo

Reino visigodo de Tolosa

Artículo principal: Reino visigodo de Tolosa

En 418, en virtud de un pacto se asientan en la provincia romana de Aquitania Secunda en el sur de las Galias y logran fundar un reino con capital en Tolosa (actual Toulouse).

Intervienen como aliados del Imperio para someter a otras tribus en Hispania y en 451 participan en la derrota de los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos.

La cúspide del poder visigodo fue alcanzada durante el reinado de Eurico (466-484), quien completó la conquista de Hispania, salvo la Gallaecia (en poder de los suevos hasta 585, año en que la conquistó Leovigildo).

En 507, Alarico II fue derrotado en Vouillé por los francos de Clodoveo I, perdiendo todas sus posesiones al norte de los Pirineos excepto la Septimania o Galia Narbonense (de población galorromana). Esta provincia, de vital importancia para el comercio de la época, se mantuvo hasta el final en poder del Reino visigodo de Hispania. Las ciudades de Narbona y Toledo (la capital del Reino Visigodo de Hispania) constituyeron los polos de la política visigoda.

Reino visigodo de Toledo

Conversión de Recaredo I del arrianismo al catolicismo, por Muñoz Degrain. Palacio del Senado, Madrid.

Reyes visigodos (Chindasvinto, Recesvinto y Égica) según el Códice Vigilano (Codex Vigilanus).

Corona votiva del rey Recesvinto.

Artículo principal: Reino visigodo de Toledo

Los visigodos entraron en la península en 427 al mando de Teodorico I con el encargo de someter a otros pueblos germánicos a cambio de tierras. Exterminaron a los alanos, arrinconaron a los suevos en su territorio de su Foedus (Galleacia), acabaron con los vándalos silingos y obligaron a los vándalos asdingos a trasladarse a África.

Tras un período de dominación ostrogoda, Amalarico restablece la independencia del reino y establece la capital en Narbona, hasta que los francos penetran en la Narbonense y huye a Barcelona. Posteriormente Toledo (la antigua Toletum) llegaría a constituirse en la nueva capital visigoda de Hispania.

Bajo el reinado de Atanagildo los bizantinos se instalaron en el Levante, y no fueron expulsados hasta el reinado de Suintila en 625. Durante el reinado de Leovigildo se consolida el estado visigodo al que se incorpora el reino suevo. Su sucesor Recaredo se convierte al catolicismo y bajo su reinado tiene lugar el III Concilio de Toledo.

El rey Recesvinto impuso (hacia 654) la ley visigótica común a ambos súbditos godos y romanos, que hasta entonces habían vivido bajo diferentes códigos legales (ver leyes Germánicas). Los Concilios de Toledo se convirtieron en la fuerza principal del Estado visigodo, como consecuencia del debilitamiento de la monarquía

Wamba renunciando a la corona (Juan Antonio Ribera, 1819).

Con Leovigildo se produjo la unificación territorial de la península ibérica, permitiéndose los matrimonios con hispanorromanos. Con Recaredo se produjo la unificación religiosa. Se abandonó el arrianismo y el reino se convirtió oficialmente al catolicismo, iniciándose el distanciamiento de la Iglesia de Roma (favorable a Bizancio, en cuanto que heredera del Imperio romano). A partir de entonces, se disolvieron las diferencias etnográficas entre godos e hispanorromanos, abandonándose varias costumbres godas. Con Recesvinto, se produjo la unidad legislativa bajo un único Código de Derecho, el Liber Iudiciorum.

A finales del siglo VII, las luchas internas por el poder entre dos grandes ramas de la nobleza y el clero son continuas. Además, la crisis social y económica, llevaron al reino visigodo a una situación límite de control. El rey Wamba, sucesor de Recesvinto, combatía a los vascones en el norte de la Península cuando surgió una nueva rebelión en la Septimania y aunque consiguió apaciguarla, fue depuesto en extrañas circunstancias. Las contiendas se generalizaron durante los reinados de Égica y Witiza. Cuando el último rey, Rodrigo, alcanzó el trono, sus rivales se avocaron[aclaración requerida] al líder musulmán norteafricano Táriq Ibn Ziyad, quien, con su victoria (711) en la batalla de Guadalete, cerca de Medina Sidonia, inicia la conquista musulmana de la península ibérica. Entre los años 716 y 725, los musulmanes conquistan la Septimania, última provincia visigoda, poniendo fin al reino visigodo e inaugurando el período islámico en la historia de España y Portugal.

Arte visigodo de Hispania

Iglesia visigoda de San Pedro de la Nave en El Campillo (Zamora).

Arquitectura

Destacan construcciones religiosas que han sobrevivido a la conquista musulmana de la península ibérica, por estar alejadas de los núcleos urbanos, pues era frecuente reutilizar los sillares, para construir murallas, castillos, etc. desmontando los edificios visigodos existentes hasta el año 711, entre ellas: San Pedro de la Nave, en la localidad de El Campillo (Zamora), del siglo VII, la iglesia de Santa María de Melque, en San Martín de Montalbán (Toledo), que nació como parte de un conjunto monástico en el siglo VII, y otras, según detalle:

Es característico de la arquitectura visigoda el arco de herradura, que más tarde sería adoptado por los musulmanes. En cuanto a restos arqueológicos de arquitectura civil visigoda, destaca Recópolis que es una antigua ciudad de origen visigodo situada cerca de Zorita de los Canes (Guadalajara). Fue mandada construir por Leovigildo en honor a su hijo Recaredo en 578. Funcionó como un centro urbano importante, capital de una provincia visigoda denominada Celtiberia, de límites imprecisos, al este de la Carpetania (Toledo, la capital del reino). El conjunto está considerado «uno de los yacimientos más trascendentes de la Edad Media al ser la única ciudad de nueva planta construida por iniciativa estatal en los inicios de la Alta Edad Media en Europa» según Lauro Olmo Enciso, catedrático de arqueología de la Universidad de Alcalá.19​ Se han identificado los restos de un complejo palatino, de una basílica visigoda, viviendas, y talleres de artesanía.

Orfebrería

Coronas y cruces votivas

Una de las muestras más llamativas del arte visigodo en Hispania, se debe al hallazgo del tesoro de Guarrazar, es un tesoro de orfebrería visigoda compuesto por coronas y cruces que varios reyes de Toledo ofrecieron en su día como exvoto. Fue hallado entre los años 1858 y 1861 en el yacimiento arqueológico denominado huerta de Guarrazar, situado en la localidad de Guadamur, muy cerca de Toledo. Las piezas están repartidas entre el Museo Cluny de París, la Armería del Palacio Real y el Museo Arqueológico Nacional, ambos en Madrid.

Corona del Rey Recesvinto,Museo Arqueológico Nacional (Madrid)

De las coronas, la Corona de Recesvinto es la que más llama la atención por su orfebrería y belleza, con letras colgantes de la misma, en ella se puede leer «Reccesvinthvs Rex offeret» («El rey Recesvinto [la] ofreció»).

Las fíbulas aquiliformes

Las fíbulas aquiliformes (en forma de águila) que se han descubierto en necrópolis como Duratón, Madrona o Castiltierra ( localidades de Segovia), de gran importancia arqueológica, son una muestra inequívoca de la presencia visigoda en España. Estas fíbulas se usaban sueltas o por pares, como broche o imperdible de oro, bronce y vidrio para unir la vestimenta, obra de los orfebres de la Hispania visigoda , arqueológicamente no hay duda de que estas fíbulas pertenecían al pueblo visigodo, presente en Hispania a partir del siglo V de nuestra era.20​ Destacan las encontradas en Alovera (Guadalajara), y que se pueden ver en la ilustración.

Fíbulas aquiliformes de Alovera Museo Arqueológico Nacional (Madrid).

Las placas y hebillas de cinturón

Placa y hebilla de cinturón. Bronce y hierro fundidos con decoración en pasta vítrea siguiendo la técnica del mosaico de celdillas o cloisonné. Siglos V-VII. Procedentes de la necrópolis visigoda de Castiltierra, Segovia. Museo de Málaga,]España

Las placas y hebillas de cinturón encontradas en España, son objetos con una doble función, de uso cotidiano y ornamental, símbolo de rango y distinción de las mujeres visigodas, son hebillas grandes y rectangulares. Algunas piezas contienen excepcionales incrustaciones de lapislázuli de estilo bizantino.21​ Las encontradas en la necrópolis visigoda de Castiltierra (Segovia), de los siglos V-VII, son de bronce y hierro fundidos, con decoración en pasta vítrea siguiendo la técnica del mosaico de esmalte alveolado o cloisonné, se trata de una técnica que puede utilizar incrustaciones de piedras preciosas, vidrio u otros materiales. Historiadores como G.G. Koenig, ven en las piezas de España, características similares a la forma de vestir danubiana del siglo V-VI,20​ según el profesor Michel Kazanski director de Investigación del Consejo Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS), esta se desarrolló al norte del Mar Negro alrededor del año 400, y que los pueblos germánicos posteriormente la trajeron a occidente.22​ Existe bastante variedad en la decoración, son destacables las piezas de orfebrería de las tumbas visigodas de Aguilafuente (Segovia), especialmente las encontradas en la tumba de una mujer, que se cree del siglo VI, en la que la hebilla iba acompañada de dos fíbulas y varias joyas características del traje femenino visigodo. En las necrópolis visigodas, también se encuentran pulseras de diferentes metales, collares de perlas y pendientes, con incrustaciones de vidrio de color. Todas estas joyas se han hallado en tumbas de la Hispania visigoda central, como es el caso de la necrópolis de Madrona (Segovia) que tiene un conjunto bastante variado de estos elementos ornamentales.23​ El yacimiento de Aguilafuente consta de más de doscientas tumbas.

Véase también

Referencias

  1. Paul Bacoup. «Les éléments de parure wisigoths en Hispania aux Ve et VIe siècles».

Bibliografía

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Ostrogodos

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DefiniciónOrigen e identidadVisigodos, ostrogodos y hunosTeodorico y sus sucesoresLas guerras ostrogóticasTotilaConclusiónBibliografíaSobre el traductorSobre el autorContenido relacionadoCita este trabajoLicencia y derechos de autor

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Joshua J. Mark

por Joshua J. Mark, traducido por Valentina Ferrer
Publicado el 17 septiembre 2019

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Disponible en otros idiomas: inglés

Mausoleum of Theodoric, Ravenna (by F. Tronchin, CC BY-NC-SA)
Mausoleo de Teodorico, Ravenna
F. Tronchin (CC BY-NC-SA)

Los ostrogodos fueron la tribu oriental de los godos (un pueblo germánico) que ascendió al poder en la zona norte del Mar Negro. La designación ostrogodo, usualmente entendida como “godo oriental”, en realidad significa “godos glorificados por el sol naciente” y fue acuñada al mismo tiempo que el término “visigodo” (interpretado como “godo occidental”) por el escritor romano Casiodoro (c. 485 - 585 d.C.) para diferenciar dos poblaciones distintas de godos. Los ostrogodos parecen haber sido conocidos originalmente como Greuthungi (también escrito como Greutungi), como refieren el historiador romano del siglo IV d.C. Ammianus Marcellinus y el historiador gótico del siglo VI d.C. Jordanes.

Casiodoro vivió entre los ostrogodos y sirvió a su rey Teodorico el Grande (que reinó del 493 al 526 d.C.). En un intento por simplificar la designación entre las tribus germánicas que se habían movido hacia el oeste y las que permanecieron en el este, Casiodoro, deliberada o erróneamente, interpretó que “ostrogodos” significaba “godos del este” y los otros por consiguiente se convirtieron en “godos del oeste”, pero estos pueblos no se reconocían a sí mismos de esa manera. Los visigodos, con el tiempo, aceptarían y se aplicarían ese término a sí mismos, y los ostrogodos ya se reconocían desde hacía mucho tiempo bajo ese nombre, pero ninguna de las tribus se habría considerado a si misma como godos “orientales” u “occidentales”.

TEODORICO EL GRANDE ESTABLECIÓ EL IMPERIO OSTROGODO PERO SUS SUCESORES ENTRARON EN CONFLICTO CON EL IMPERIO BIZANTINO.

Los godos aparecen por primera vez en la historia viviendo en el área que circunda el Mar Negro. Hicieron incursiones constantes contra las provincias de Roma y demostraron ser una molestia constante y perpetua para el Imperio hasta la invasión de los hunos en el 375 d.C. Una gran parte de la población (según algunas fuentes, 200.000) huyó de la zona para buscar la protección del Imperio romano bajo el emperador Valente (que gobernó del 364 al 378 d.C.) y estas personas fueron conocidas como los visigodos. El resto del pueblo permaneció, soportando el dominio de los hunos, pero conservando cierto grado de autonomía.

Después de la muerte de Atila el Huno en 453 d. C. y la disolución de su imperio, los ostrogodos declararon su independencia. Eventualmente, bajo Teodorico el Grande, emigraron y se establecieron en Italia. Teodorico estableció el Imperio ostrogodo, pero sus sucesores entraron en conflicto con el Imperio bizantino, que envió al general Flavio Belisario (505-565 d.C.) para volver a alinear a los godos de acuerdo con los intereses bizantinos. El último gran rey godo Totila (que reinó del 541 al 552 d.C.) lideró la resistencia goda contra los bizantinos, y después de su muerte en 553 d.C., los ostrogodos perdieron su autonomía e identidad étnica, se fusionaron con el pueblo de Italia, los lombardos y se dispersaron en las regiones de las actuales Francia y Alemania.

Origen e identidad

Los godos, aquellos que eventualmente serían conocidos como ostrogodos y visigodos, probablemente se originaron en el área de Gdansk, Polonia, antes de que comenzaran a emigrar a las regiones actuales de Alemania y Hungría. Esta afirmación de un punto de origen, sin embargo, es muy discutida entre académicos como Peter Heather que argumenta a su favor, y otros como Michael Kulikowski, en contra.

La dificultad para establecer un punto de origen e identidad cultural para los godos es que no tenían una historia escrita antes de su interacción con Roma. Todo lo que se sabe de los godos proviene de los escritores romanos (excepto, por supuesto, la evidencia física sacada a la luz por la arqueología moderna). Académicos como Kulikowski y Walter A. Goffart señalan que, dado que no se puede saber con certeza nada de la historia gótica anterior a los historiadores romanos, cualquier afirmación sobre los orígenes y la identidad étnica, aparte de las afirmaciones de esos historiadores, es mera especulación. Estos académicos también han afirmado, con razón, que las narrativas basadas en evidencia física siguen siendo especulativas porque esa evidencia se interpreta a la luz de una narrativa académica preexistente, no de manera objetiva.

Map of Europe, 400 CE
Mapa de Europa 400 d.C.
Thomas Lessman (CC BY-SA)

En otras palabras, afirman estos eruditos, los arqueólogos que interpretan hallazgos como las 3000 tumbas góticas en el este de Pomerania, Polonia (la llamada cultura Wielbark descubierta en 1873 d.C.), tienden a comprender la evidencia a la luz del trabajo del siglo VI de Jordanes: Getica, una historia de los godos, e ignoran otras posibilidades. La afirmación de que el descubrimiento de la cultura Wielbark “prueba” un punto de origen para los godos, entonces, es insostenible porque es también posible que el área excavada fuera un asentamiento godo establecido después de que abandonaran su patria anterior.

Peter Heather y otros argumentan que el trabajo de Jordanes, a pesar de que hace un amplio uso de la mitología y la leyenda, todavía proporciona suficientes hechos históricos para ser útil. Además, dado que la Getica de Jordanes se basó en el trabajo anterior de Casiodoro, y Casiodoro conocía la historia de los godos de primera mano como escritor en la corte de Teodorico, se debe dar más consideración al trabajo de Jordanes y no debe descartarse simplemente porque el autor sintió la necesidad de ampliar su narración en algunos puntos con eventos mitológicos fantásticos.

Heather afirma que los godos no deben entenderse como un solo grupo étnico sino, más bien, como una confederación de personas que compartían los mismos intereses y objetivos y tenían de alguna manera un origen similar. No eran necesariamente, afirma Heather, un bloque étnico sólido que creía, se comportaba y vivía de la misma manera desde sus tiempos en Polonia hasta que entran en la historia romana. Los primeros godos podrían haber sido muy diferentes de los conocidos más tarde por los historiadores romanos. Heather escribe:

Una visión básica de grupos cerrados, biológicamente auto-reproductivos que se mueven intactos sobre el mapa de Europa, cada uno con sus propias culturas distintas, no hace justicia ni a la evidencia, ni a las complejidades del comportamiento humano observable explorado en una variedad de contextos comparativos… los tratamientos generales modernos de identidad en el período de migración han tendido naturalmente a enfatizar que era fluido, sujeto a elección individual, y al menos potencialmente múltiple. (Barnish & Marazzi, 55)

se sigue debatiendo SI LOS GODOS ERAN UN SOLO PUEBLO O UNA COALICIÓN.

En pocas palabras, Heather afirma que los “godos originales” habrían interactuado con otras tribus durante su migración, casándose y asimilando aspectos de diferentes pueblos, por lo que su “goticidad” no sería una cuestión de etnia, sino de intereses compartidos. Heather enfatiza que había “muchos no godos incorporados en diferentes momentos entre los seguidores de Teodorico” y esto respalda la afirmación de que los “godos” probablemente eran una confederación, no un pueblo, mucho antes del reinado de Teodorico (Barnish & Marazzi, 57).

Se sigue debatiendo si los godos eran un solo pueblo o una coalición. En lo que si hay un acuerdo es que, sobre la base de las obras de los historiadores romanos, los godos aparecieron cerca de los límites del Imperio romano en el siglo III d.C. y lanzaron su primera incursión militar contra Roma en el 238 d.C. Posteriormente, los godos aparecen regularmente en la historia romana tanto como antagonistas como mercenarios en el ejército romano.

Visigodos, ostrogodos y hunos

Los godos que interactuaban más estrechamente con Roma eran los visigodos. Los ostrogodos permanecieron en el este, en la región de Hungría. Cuando Atila el Huno (que gobernó del 434 al 453 d.C.) llegó al poder, tomó la tierra ostrogótica y la añadió a su creciente territorio. Los visigodos fueron dispersados por las invasiones de los hunos y empujados a tierras romanas, pero los ostrogodos continuaron permaneciendo donde habían estado.

Con la muerte de Atila en 453 d.C., los ostrogodos declararon su independencia y se unieron a otra tribu germánica, los gépidos, bajo su líder Ardarico (c. 450 d.C.). En la batalla de Nedao en 454 d.C. los gépidos bajo el mando de Ardarico derrotaron a los hijos de Atila con el apoyo de los ostrogodos (aunque no está claro exactamente cómo los ostrogodos contribuyeron a la victoria) y los antiguos vasallos del imperio de Atila fueron libres y se establecieron en Panonia.

Army of Attila the Hun
El ejército de Atila el Huno
The Creative Assembly (Copyright)

Los ostrogodos estaban dirigidos en este momento por el rey Valamir (c. 420-469 d.C.) quien, como Ardarico, había sido uno de los generales de Atila. Los ostrogodos de Valamir continuaron las políticas de Atila de asaltar territorios romanos y exigir dinero de protección. En 459 d. C. asaltó Ilírico y luego exigió 300 libras de oro en tributo anual del emperador León I (que gobernó del 457 al 474 d.C.) del Imperio Oriental para evitar que lo hiciera de nuevo. Valamir murió en el 469 d.C. al ser arrojado de su caballo y fue sucedido por Widimir (c. 460 d.C.) y luego por Teodemir (m. 474 d.C.), padre de Teodorico el Grande. Teodemir hizo las paces con Roma y el joven Teodorico fue enviado como rehen a Constantinopla para asegurar el cumplimiento del acuerdo. El príncipe fue bien tratado en la ciudad y fue educado en los valores grecorromanos de la corte.

Teodorico y sus sucesores

En el 474 d.C. Teodorico (conocido como Teodorico el Grande) se convirtió en rey de los ostrogodos y fue un campeón del emperador Zenón (que gobernó del 474-475 al 476-491 d.C.) pero era también una amenaza debido a su popularidad y habilidades marciales. Teodorico quería tierra para su pueblo, y Zenón no estaba interesado en darle ninguna, pero, al mismo tiempo, entendía que tenía que hacer algo antes de que Teodorico simplemente tomara lo que quería. Zenón encontró una manera de resolver dos de sus problemas a la vez: enviaría a Teodorico a Italia para eliminar al rey Odoacro (que reinó del 476 al 493 d. C.) que había estado causando problemas a Zenón y luego podría tomar cualquier tierra que quisiera.

Entre 488-493 d.C., apoyado por el Imperio bizantino, Teodorico conquistó Italia. Teodorico derrotó a Odoacro, fingió ofrecer términos de paz, y luego lo mató, con lo que estableció el Imperio ostrogodo en el 493 d.C. que se extendería desde Sicilia, a través de Italia, a Francia y partes de la España moderna. Bajo Teodorico, el imperio floreció y abrazó la literatura, la cultura y el arte romano. Aunque su campaña había sido financiada por los bizantinos, Teodorico gobernó su imperio de forma independiente y mantuvo relaciones amistosas con el Imperio.

Nuremberg Chronicle (Theodoric and Odoacer)
Cronicas de Nuremberg (Teodorico y Odoacro)
Schedel1 (Public Domain)

Ordenó la tolerancia religiosa para pacificar las fricciones entre el pueblo de Italia, que eran en su mayoría cristianos nicenos, y los ostrogodos, que se adherían al cristianismo arriano. Reparó los daños causados por las guerras de 488-493 d. C., al replantar bosques y restaurar ciudades, así como ampliar las zanjas de riego y fomentar el cultivo de las tierras. Todos sus súbditos eran considerados iguales bajo la ley, y su programa de impuestos se aplicaba a la misma tasa para todos. Una vez establecido como un gran rey, sintió que necesitaba un ilustre pasado para legitimar su gobierno y fue entonces cuando encargó a su principal escriba Casiodoro que escribiera la historia de los godos.

Teodorico alentó la educación y la alfabetización entre la gente, así como entre los más cercanos a él (el filósofo Boecio [480-524 d.C.], famoso por su Consolación de la Filosofía, era un miembro de la corte de Teodorico) y creó programas de empleo que no solo mejoraron las ciudades y pueblos, sino que crearon oportunidades de trabajo. Bajo Teodorico, Italia y las otras regiones de su imperio florecieron, pero esta prosperidad no sobreviviría a su reinado.

BAJO TEODORICO, ITALIA Y LAS OTRAS REGIONES DE SU IMPERIO FLORECIERON, PERO ESTA PROSPERIDAD NO SOBREVIVIRÍA A SU REINADO.

Después de la muerte de Teodorico en el 526, su hija Amalasunta (c. 495-535 d.C.), gobernó como regente de su hijo Atalárico y, después de la muerte de este en 534 d.C., se convirtió en reina. Amalasunta era una administradora capaz, y promovía los mismos valores grecorromanos que su padre, pero no había sido nombrada heredera al trono y necesitaba legitimar su posición. Acudió a Justiniano I (que reinó del 527 al 565 d.C.) pidiendo ayuda para consolidar su gobierno, posiblemente temiendo un golpe de estado por parte de uno de sus cortesanos.

Al no tener noticias oportunas de Justiniano I, invitó a su primo, Teodato (m. 536 d.C.), a gobernar conjuntamente con ella. Sin embargo, confiar en Teodato fue un trágico error de su parte, ya que él se creía el heredero legítimo al trono y mandó a asesinar a Amalasuntha en el 535 d.C. Su yerno, Witiges (también conocido como Vitiges, que reinó del 536 al 540 d.C.) asesinó a su vez a Teodato y fue coronado rey en el 536 d.C.

Las guerras ostrogóticas

Witiges era un rey débil cuyos funcionarios fiscales (conocidos como logotetas) recaudaban los impuestos y se embolsaban la mayor parte del dinero para sí mismos. Era especialmente notorio un logoteta conocido como Alejandro Tijeras (llamado así porque se le consideraba tan codicioso que podía afeitar una moneda de oro tan hábilmente que el tesoro nunca se daría cuenta). Los ostrogodos en el ejército recibían salarios más bajos que otros, no tenían oportunidades de ascenso y no se pagaban las pensiones a los veteranos. El desempleo era galopante, y el pueblo comenzó a agitarse en una revuelta contra un gobierno que era apoyado por el Imperio bizantino.

Las dificultades escalando en Italia inquietaron a Justiniano I, quien envió al famoso general Flavio Belisario a Italia para traer a la región de nuevo al redil imperial. Belisario tomó Sicilia en el 535 d.C., Nápoles, y luego Roma en el 536 d.C. En el 540 Belisario tomó Rávena y capturó a Witiges. Justiniano I ofreció entonces sus términos a los derrotados ostrogodos, a través de Belisario (términos que no tenía intención de honrar), de que podían mantener un reino independiente en Italia y darle solo la mitad de su tesoro en lugar de todo. Belisario se opuso en privado a esta oferta, pero, como soldado, cumplió con su deber y transmitió los términos a los godos.

Belisarius
Belisario
Eloquence (CC BY-SA)

Los godos no confiaban en Justiniano ni en su oferta, pero sí confiaban en Belisario, quien había tratado consistentemente a los godos con justicia y misericordia durante su campaña. Dijeron que estarían de acuerdo con los términos si Belisario los respaldaba. Como Belisario no podía hacerlo con la conciencia tranquila, las conversaciones de paz se estancaron. Sin embargo, una facción de la nobleza vio una manera de resolver todo el problema, y ofreció la corona del Imperio ostrogótico a Belisario. Leal a Justiniano, Belisario fingió aceptar la oferta, le siguió la corriente a todos los preparativos para su coronación en Rávena, y luego hizo arrestar a los cabecillas de la nobleza y reclamó la totalidad de las tierras ostrogóticas, y su tesoro, en nombre de Justiniano.

Justiniano, desconfiando de los motivos de Belisario y preocupado por su perdurable popularidad entre los godos, así como entre sus soldados, lo llamó para dirigir las fuerzas contra los persas, y colocó a un oficial bizantino en Italia para gobernar sobre los godos. Sin embargo los ostrogodos estaban cansados de los abusos de su gobierno, y querían un rey propio. Elevaron al noble ostrogótico Erárico como rey, pero resultó ser demasiado egocéntrico y tan débil como Witiges y fue asesinado en el 541. Los godos eligieron entonces al líder militar nacionalista Baduila (más conocido por su nombre de guerra, Totila, que reinó del 541 al 552 d.C.) como rey.

Totila

Totila no tenía ningún interés en negociar con Roma y esperaba que se le dejara tranquilo para gobernar a su pueblo de la misma manera que habían hecho con Teodorico el Grande. Justiniano I, empero, no iba dejar que esto sucediera y por lo tanto, en el 542 d.C envió a la ciudad de Verona un ejército comandado por once generales contra Totila. Sin embargo, los generales estaban más preocupados por su tajada del botín de guerra, y discutían entre ellos en lugar de hacer avanzar la columna hacia la ciudad. Esto le dio a Totila tiempo para organizar hábilmente sus fuerzas y aplastar a los bizantinos en un movimiento de pinzas y destruirlos.

La victoria de Totila trajo más reclutas a su ejército, con lo que lanzó una guerra de conquista y puso a toda Italia bajo su control. Su caballerosidad en la batalla y misericordia con las tropas derrotadas condujo a deserciones masivas de las fuerzas imperiales hacia su lado. Después de que Totila tomara Nápoles en el 543, los auxiliares bárbaros del ejército de Justiniano I desertaron y se unieron a Totila. Hacia el 545 d.C. puso sitio a la propia Roma que, aunque ya no era el poder que había sido, aún conservaba un significado simbólico para el Imperio Romano de Oriente.

Totila, King of the Ostrogoths
Totila, Rey de los ostrogodos
The Walters Art Museum (CC BY-SA)

Roma fue tomada, y Totila ofreció a Justiniano I los siguientes términos: podía bien cancelar la guerra y dejar a Totila en paz o Totila asesinaría a los senadores que tenía cautivos y destruiría la ciudad. Belisario (ya sea por orden de Justiniano I o por iniciativa propia) escribió a Totila una carta explicando la imposibilidad de sus demandas y la locura de su plan. Totila no podía gobernar Italia, explicó Belisario, porque ésta pertenecía al Imperio Bizantino y Justiniano I no estaba interesado en rendirse. Además, si Totila seguía adelante con su plan de destruir Roma, su nombre estaría asociado para siempre con su destrucción. Tal como estaban las cosas en el momento, Totila era considerado como un adversario caballeroso y un vencedor misericordioso; sin embargo, si destruía Roma, su buen nombre se arruinaría.

Totila cometió el primer y más significativo error de la guerra al escuchar el consejo de Belisario y abandonar su plan. Dejó Roma tal como la había encontrado y siguió adelante. Belisario entonces la ocupó, reparó sus muros, y la fortificó contra cualquier ataque futuro. Belisario enfrentó entonces a Totila unas cuantas veces hasta que fue llamado de nuevo por Justiniano I y sustituido por el general Narses (480-573 d.C.). Narses carecía de la habilidad y el refinamiento de Belisario, pero era también un líder muy competente. Totila murió en combate en la batalla de Tagina en el 552 d.C., y su levantamiento fue aplastado por completo en la batalla de Mons Lactarius en 553 d.C. Italia estaba de nuevo bajo el control directo del Imperio bizantino.

Conclusión

Aunque el hijo de Totila continuó la guerra, apoyado por los francos que habían sido sus aliados, finalmente fue aplastado por Narses. Los levantamientos posteriores fracasaron y, para el 562 d.C. el nombre “ostrogodo” había desaparecido y un número significativo de la población se dispersó hacia Francia y Alemania. Con la tierra despoblada y devastada por 18 años de guerra, los lombardos, otra tribu germánica, conquistaron fácilmente el norte de Italia en 568 d.C. bajo su rey Alboin (que reinó del 560 al 572 d.C.). Los ostrogodos que quedaban en Italia se aliaron con los lombardos.

Los lombardos habían sido previamente aliados del Imperio Romano de Oriente y habían servido en el ejército imperial contra Totila. Cuando llegaron como invasores, encontraron Italia en gran parte desierta y fueron de alguna manera bienvenidos por los ostrogodos, bajo la esperanza de que restaurarían la tierra. Los lombardos, comenzando bajo Alboin, lo hicieron y mantuvieron el reino lombardo durante los siguientes 200 años. Las culturas de los lombardos, romanos y ostrogodos se asimilaron gradualmente para convertirse en el pueblo de Italia.

Bibliografía

Sobre el traductor

Valentina Ferrer

Valentina Ferrer

Traductora, productora y guionista de televisión. Apasionada por la historia, el lenguaje y las diversidad de culturas de la humanidad.

Sobre el autor

Joshua J. Mark

Joshua J. Mark

Escritor independiente y ex-profesor de filosofía a tiempo parcial en el Marist College de Nueva York, Joshua J. Mark ha vivido en Grecia y Alemania, al igual que ha viajado por Egipto. Ha sido profesor universitario de historia, escritura, literatura y filosofía.

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Mark, J. J. (2019, septiembre 17). Ostrogodos [Ostrogoth]. (V. Ferrer, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de Ostrogodos - Enciclopedia de la Historia del Mundo

Estilo Chicago

Mark, Joshua J… “Ostrogodos.” Traducido por Valentina Ferrer. World History Encyclopedia. Última modificación septiembre 17, 2019. Ostrogodos - Enciclopedia de la Historia del Mundo.

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Mark, Joshua J… “Ostrogodos.” Traducido por Valentina Ferrer. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 17 sep 2019. Web. 01 jun 2023.

Licencia y derechos de autor

Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 17 septiembre 2019. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.

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LOS BIZANTINOS.

Tabla de contenidos

  1. Justiniano y la renovatio imperii
  2. Agila y la guerra civil visigoda
  3. Conquista bizantina de Spania
  4. Provincia de Spania
  5. ¿Por qué fracasó la renovatio imperii?
  6. La conversión de los suevos al catolicismo
  7. La fundación del Reino visigodo de Toledo
  8. Sociedad visigoda
  9. El Veredicto: ¿Habría sido posible la restauración del Imperio romano?
  10. Avance y outro
  11. Fuentes

Justiniano y la renovatio imperii

En el episodio anterior, el episodio 14 Intermedio ostrogodo, hablé sobre la primera mitad del siglo VI, que fue un período difícil para el Reino visigodo, pero es importante porque ahí es cuando el Reino visigodo pasó de estar en el sur de la Galia a establecerse en Hispania. Pero durante esta primera mitad del siglo VI ocurrieron muchos cambios geopolíticos que afectarían también al Reino visigodo. Esta vez los cambios no estaban ocurriendo a causa de los bárbaros, sino por parte del Imperio romano, es decir, de la parte oriental que no cayó y que conocemos en la historiografía como Imperio bizantino.

Al empezar Justiniano su reinado en el 527, el Mediterráneo no era ya un mar romano. La capital era Constantinopla, y Roma ni siquiera estaba bajo control de ese mismo imperio que se llamaba romano. La antigua parte Occidental del Imperio romano llevaba décadas ocupada por distintos reinos bárbaros, y Justiniano consideraba que esto era algo intolerable. Así que, a diferencia de sus predecesores, su reinado tuvo el objetivo de restaurar el Imperio romano en su plenitud, con un programa ideológico y militar que conocemos como renovatio imperii, y es que ahora ya no valdría con que los reyes bárbaros se presentasen como representantes legítimos del poder imperial.

Ten en cuenta que en ese momento los reinos bárbaros de Occidente podían verse como algo efímero si se comparaba con la larga historia del Imperio romano, así que la idea de una reconquista romana no era tan descabellada. Algunos historiadores presentan la renovatio imperii como una forma de distraer a sus súbditos de los problemas internos del Imperio bizantino y de unir a los romanos orientales fijando un enemigo común, hasta el punto de negar que hubiera existido tal programa ideológico concienzudamente planificado. Pero realmente sería erróneo minusvalorar la importancia del componente ideológico, esa idea ecuménica de una monarquía universal que restaurase la unidad política y religiosa de los cristianos.

Esta misma idea de una monarquía cristiana universal será una base ideológica fundamental para Carlos I de España y V del Sacro Imperio romano, y a larga su proyecto terminó en un fracaso al igual que el de Justiniano. Pero volviendo a la renovatio imperii, lo que hay que entender es que la motivación religiosa era igual de importante que la política, porque algunos emperadores bizantinos, y entre ellos estaba Justiniano, pues querían el poder supremo tanto secular como religioso. Esto es lo que se conoce como cesaropapismo, aunque obviamente a muchos obispos no les hacía ninguna gracia y se oponían a esa intromisión del emperador en los asuntos eclesiásticos, pero esta idea de unidad en todos los sentidos es la clave para entender la obra de Justiniano.

Renovatio imperii mapa de las conquistas de Justiniano

Mapa de las conquistas de Justiniano por el Mediterráneo

Los predecesores de Justiniano habían fortalecido la administración, el ejército y la economía, así que con estos pilares y los factores ideológicos, políticos y económicos que entraron en juego se pudo llevar a cabo esta aventura de restauración imperial. Justiniano se aprovechó de conflictos dinásticos para conquistar el Reino vándalo del norte de África en el año 534, incluyendo Ceuta y las Islas Baleares, y el siguiente objetivo fue Italia, controlada por el Reino ostrogodo. La guerra Gótica pudo haber terminado igual que rápido que la Vándala, pero por una serie de malas decisiones la guerra gótica se convirtió en un conflicto largo que devastó Italia.

El Imperio de Justiniano tenía frentes abiertos en Italia, el norte de África combatiendo a bereberes y rebeldes, y los siempre problemáticos persas en el este. Y aún peor fue la peste de Justiniano que se extendió por todo el Mediterráneo y de la que ya hablé en el anterior episodio. A todo esto, los reinos francos merovingios se pudieron fortalecer al conquistar el Reino de los burgundios y al quitar Provenza de las manos de los ostrogodos. El rey ostrogodo Totila fue reconquistando territorio y ejecutó muchos senadores romanos, así que irónicamente, el mismo orden romano que había sobrevivido bajo Odoacro y Teodorico el Amalo estaba siendo destruido por el mismo emperador romano que intentaba restaurar el Imperio en Occidente.

Agila y la guerra civil visigoda

Todos estos acontecimientos de gran importancia ocurrieron durante el reinado de Teudis como ya vimos en el episodio anterior. El rey Teudis ya vio con gran preocupación la empresa de la renovatio imperii de Justiniano porque obviamente después de conquistar el norte de África e Italia, el Reino visigodo podía ser el siguiente, y ahora ya no tenían a sus primos ostrogodos para salvarlos. Teudis intentó arrebatar Ceuta de manos bizantinas porque era una amenaza permanente a los visigodos, pero su expedición resultó en un sonoro fracaso.

A su muerte y a la su efímero sucesor Teudiselo, le siguieron más de dos décadas de crisis y pérdida de control territorial de los visigodos sobre Spania. Por cierto, a partir de aquí ya no hablo más de Hispania sino que uso el término Spania porque es el que ya se usaba en la época, aunque en época visigoda este será un concepto geográfico cambiante porque por ejemplo Leovigildo se consideraba rey de Spania, Gallaecia y Narbonense, es decir, que por los suevos Gallaecia se consideraba algo aparte. Y para evitar confundir Spania en general con la provincia bizantina de Spania pues cuando hable de la Spania bizantina lo especificaré. Aclarado esto, tras el asesinato de Teudiselo el noble visigodo Agila fue elegido rey.

Los visigodos desde Teudis que centraban sus esfuerzos en extender sus posesiones por la Bética, pero los éxitos fueron limitados. Córdoba se resistía al dominio visigodo y su élite quería seguir siendo independiente de facto, pero según las fuentes posteriores el arriano Agila profanó la iglesia del patrón de Córdoba y esto provocó una reacción popular. Los cordobeses atacaron a Agila y su ejército y sorprendentemente derrotaron a los godos, provocando la muerte del hijo de Agila y la pérdida de una parte del tesoro real visigodo, algo muy importante para un reino bárbaro tanto económicamente como por prestigio e identidad.

La derrota fue tal que Agila tuvo que retirarse a Mérida, y una derrota militar como esta puso en cuestión su reinado y menoscabó su legitimidad. Un sector de la aristocracia visigoda decidió rebelarse contra Agila desde Sevilla, con el noble Atanagildo al frente. Con esto se inició una guerra civil visigoda, ¿y quién era experto en explotar guerras civiles? ¡Exacto, Justiniano!

Conquista bizantina de Spania

Atanagildo creía que no tenía suficientes apoyos como para derrocar por si solo a Agila, así que pidió ayuda al Imperio bizantino de Justiniano. Justiniano estaba ocupado en frentes más importantes, como sus ofensivas finales contra el Reino ostrogodo, pero pudo mandar un pequeño contingente a Spania, porque aún recordaba cómo no había podido responder de forma contundente al ataque godo a Ceuta en el 546. Así que Atanagildo y Justiniano llegaron a algún tipo de acuerdo del que no conocemos detalles, pero claro Atanagildo solo podía prometer tierras y eso es lo que ansiaba Justiniano con su proyecto de restauración imperial.

Así fue como a mediados del año 552 una expedición de unos 2.000 soldados imperiales desembarcó probablemente en las costas de Algeciras dirigidos por el octogenario Pedro Marcelino Félix Liberio. Este hombre ya había sido prefecto de Italia y la Galia bajo Teodorico el Amalo, y luego sirvió al Imperio bizantino como prefecto de Egipto, y tras esta carrera tan excepcional ahora recayó sobre sus hombros esta última misión poco antes de morir. Con esta intervención bizantina se demostró que Teudis hizo bien en al menos intentar tomar Ceuta, porque aunque no tenemos apenas detalles sobre esta campaña lo lógico es que el apoyo naval de la guarnición de Ceuta fuera clave.

Mapa del Reino visigodo a mediados del siglo VI

Mapa del Reino visigodo a mediados del siglo VI, por Desperta Ferro

Esto se demuestra también por el hecho de que fue en las cercanías de Sevilla donde se produjo una batalla entre los partidarios de Agila y Atanagildo que se saldó con la victoria de los rebeldes. En los dos o tres años siguientes parece que hubo bastante inactividad o que los bizantinos se encargaron más de asegurar sus posesiones por el litoral de Spania que en ayudar a Atanagildo. Pero la cosa es que en esos momentos el Imperio bizantino conquistó el Reino ostrogodo salvo por alguna guarnición menor, y habían prevenido una invasión franca y alamana, así que tenían tropas disponibles para mandar a Spania.

En el 554 o 555 un contingente mayor al anterior pudo desembarcar en Carthago Spartaria, la actual Cartagena, y como los magnates godos se las veían venir y no querían sufrir el mismo destino que los ostrogodos, pues los que apoyaban a Agila lo asesinaron en Mérida y terminaron así con la guerra civil visigoda. Ahora Atanagildo tenía el deber de reparar la debilitada autoridad goda y combatir a sus antiguos aliados bizantinos para evitar que esto se convirtiera en una invasión a gran escala. Pero al final, los romanos orientales solo pudieron consolidar sus dominios desde Cádiz hasta Denia y Atanagildo no fue capaz de expulsarlos.

Los historiadores han debatido mucho sobre las causas y los objetivos que tenía Justiniano al intervenir en la guerra civil visigoda visto el desinterés de las fuentes y los escasos recursos dedicados a la provincia de Spania. Algunos defienden que la Spania bizantina cumplía principalmente con la función geoestratégica de prevenir ataques visigodos a sus posesiones norteafricanas. Esto se argumentaría por el hecho de haber tomado solo el litoral, por previamente conquistar Ceuta, y porque el duque de Spania dependía administrativamente de la África bizantina.

Pero esta tesis no me parece muy sólida, porque realmente el Reino visigodo aún estaba tocado por el desastre de Vouillé y no controlaba toda la península ibérica. O sea, un enemigo débil como eran los visigodos en ese momento suficiente tenían con lo suyo como para aventurarse a atacar a los romanos orientales en África. El intento de conquista de Ceuta es un caso aparte porque está al otro lado del Estrecho, pero los visigodos no podían ni soñar con atacar las posesiones bizantinas de la actual Argelia y Túnez. Otros historiadores enfatizan los intereses comerciales, para volver a convertir el mar Mediterráneo en el mare Nostrum romano y controlar la ruta atlántica con el control del estrecho de Gibraltar.

Esta motivación es complementaria y es más creíble, aunque al fin y al cabo Justiniano seguramente deseaba conquistar toda Spania como había hecho con Italia y el norte de África, y si no pudo hacerlo fue por las plagas y complicaciones económicas y militares. Por tanto, la idea de la renovatio imperii también guió las acciones de los bizantinos en Spania, pero como el Imperio estaba bastante agotado solo pudieron adoptar una estrategia defensiva de protección de las poblaciones costeras conquistadas y la provincia de Spania siempre fue una provincia secundaria y marginal para los intereses bizantinos.

Provincia de Spania

Al final, parece que Justiniano y Atanagildo tuvieron que firmar un tratado para más o menos fijar las fronteras de la recién fundada provincia de Spania entre Cádiz y Denia y en el interior hasta Medina Sidonia, Ronda, Antequera y Baza. La administración bizantina provocó pocos cambios, no había recursos para ponerse a hacer grandes obras públicas ni para acuñar monedas en suelo hispano. Ya cuando Justiniano puso un pie en Spania el Imperio bizantino tenía pocos recursos para dedicar a sus aventuras occidentales, y casi todos los emperadores posteriores excepto por Mauricio a finales del siglo VI no prestaron atención a Occidente y estaban completamente a la defensiva.

Mapa de la Spania bizantina por Desperta Ferro

Mapa de la Spania bizantina, por Desperta Ferro

El gobierno de la Spania bizantina era de corte militar-eclesiástico, con militares al frente de la administración y defensa y los obispos ostentando el poder civil de las ciudades que antes tenían las curias municipales. Aunque se han propuesto Málaga o Ceuta como posibles capitales de la provincia de Spania, lo más probable es que Cartagena fuera la capital administrativa por estar mejor conectada con el resto del Mediterráneo y porque ya había sido la capital de la Cartaginense y tenía una sede episcopal metropolitana. Que Cartagena estuviera en manos bizantinas favoreció mucho a Toledo, porque los visigodos decidieron arrebatar su condición de sede metropolitana para los obispados de la antigua provincia de la Cartaginense que estaban en manos godas.

Se estima que había unos 5.000 soldados imperiales en la Spania bizantina, acuartelados sobre todo en las ciudades costeras, aunque a medida que se fue reduciendo el territorio y hubo problemas en frentes más importantes este número se fue reduciendo. Claro, es que entre los bereberes del norte de África, los lombardos invadiendo Italia, la amenaza de los ávaros y eslavos en los Balcanes y Tracia, y los persas en el este, pues obviamente la pequeña provincia de Spania no era precisamente la prioridad de los emperadores de Constantinopla. Y a nivel de colonos civiles tampoco hubo muchos, por tanto, no se produjo una helenización, y de hecho vemos incluso más influencia oriental en la goda Mérida, donde un médico de origen griego y un hombre egipcio llegaron a ser obispos de la ciudad.

Las fronteras de la Spania bizantina nunca fueron estables, al igual que pasó en la África vándala y bizantina al hacer frontera con los bereberes. Al principio, entre la provincia de Spania y el Reino visigodo había ciudades y regiones autónomas que funcionaban como una zona colchón, como por ejemplo Córdoba o las sierras de Jaén y Albacete, y esto fue así hasta que Leovigildo inició sus campañas de conquista por toda Spania. Así que, aunque intermitentemente se reactivaba ese conflicto grecogótico, estamos hablando de fronteras muy permeables donde no había problemas para la libre circulación de personas y de bienes.

Es interesante la reflexión que hace Jaime Vizcaíno Sánchez tras analizar restos arqueológicos de toda la Spania bizantina, porque nos cuenta que lo que se observa es que los territorios hispanos ocupados por los bizantinos sufren menos cambios que los del Reino visigodo. Y esto tiene todo el sentido del mundo, tanto porque la presencia bizantina fue muy modesta como por el propio carácter de la renovatio imperii, que no era más que asegurar la continuidad de la romanidad. Por ejemplo, los ya antiguos vínculos comerciales y culturales entre Spania y el norte de África se estrecharon con los bizantinos, y esto se refleja en las cerámicas y monedas que prácticamente eran todas de África mientras que las de Oriente no abundan.

Los bizantinos actuaron como garantes de que el comercio mediterráneo se mantuviera vivo, a pesar de que claramente se había reducido mucho desde la época del Imperio romano. Y esto es tan cierto que a la que las ciudades de la Spania bizantina fueron cayendo en manos visigodas, se ve como se desmediterranizaron al igual que había pasado en la Spania visigoda y por toda la Europa no bizantina. La Europa cristiana continuaba dando pasos hacia la realidad de la Alta Edad Media.

¿Por qué fracasó la renovatio imperii?

Hay dos grandes cuestiones que son fundamentales para entender este período. Primero, ¿por qué algunos reinos bárbaros colapsaron rápidamente cuando en ellos participaban activamente los romanos provinciales? Y segundo y quizás más importante aún, ¿por qué fracasó la renovatio imperii, es decir, por qué el Imperio bizantino no pudo mantener los territorios reconquistados durante mucho tiempo y por qué su expansión militar no pudo replicar el éxito de las conquistas de la República romana y del Alto Imperio?

Sobre la primera cuestión, una de las causas de la destrucción del Reino vándalo o del ostrogodo es por el mal liderazgo. En algunas ocasiones los ostrogodos pudieron derrotar decisivamente a los imperiales y no lo hicieron, y el problema de la sucesión de Teodorico el Amalo persistió en el tiempo. En el caso vándalo, el reino norteafricano llevaba tiempo mostrando debilidad incluso frente a los caciques y reyezuelos bereberes. Los vándalos además alinearon a buena parte de la población romana africana por sus expropiaciones y persecuciones anticatólicas, así que es normal que a veces los romanos de África prefieran o ser gobernados por los bizantinos o por los bereberes.

Al final, una derrota militar era la causa principal de que un reino bárbaro cayera. Ya vimos esto con los suevos, y también se produjeron situaciones similares con el Reino de los burgundios o los turingios, que fueron incorporados por los francos. De hecho, el Reino visigodo estuvo apunto de desaparecer tras el desastre de Vouillé y no sería hasta el reinado de Leovigildo, muchas décadas después, que los visigodos pudieron construir un reino sólido. Y en cuanto al fracaso a largo plazo de la restauración imperial de Justiniano, hay varias causas a considerar además de las derrotas militares.

La plaga de Justiniano redujo considerablemente la población y eso también tuvo grandes efectos negativos en la moral de las tropas y en la economía. El Imperio bizantino se había extendido en demasiados frentes, pero el problema no era tener varios frentes abiertos, porque al fin y al cabo la República romana o el Alto Imperio también lucharon en varios frentes, sino que el problema reside en qué tipo de frentes eran. Para entendernos, la Antigua Roma luchó muchas veces contra estados más pequeños o contra gentes divididas políticamente y poco desarrolladas.

Pero la naturaleza de los enemigos bárbaros del siglo VI era muy diferente, los Reinos ostrogodo, vándalo, franco o visigodo eran estados posromanos con toda la infraestructura y administración romana de las provincias, no eran ya tribus que si se mantenían divididas eran débiles frente a Roma como ocurría antes del siglo V. Otra diferencia clave es el rol del ejército republicano y alto imperial y el bizantino, porque en el primer caso el ejército era una vía de integración de las poblaciones conquistadas, mientras que el ejército bizantino estaba en buena parte compuesta por mercenarios que volvían a su casa cuando la guerra terminaba. Esto explica por ejemplo por qué el Imperio no pudo proteger bien Italia frente a la invasión lombarda en el 568, tres años después de la muerte de Justiniano.

Otros factores explican por qué el Imperio bizantino falló en emular el éxito de la República y Alto Imperio, por ejemplo que las economías de los reinos bárbaros mediterráneos estaban fragmentadas y eran cada vez más locales y autárquicas. Los productos importados y exportados no penetraban muy al interior de los territorios, así que el comercio mediterráneo ya no era lo que había sido y los productos bizantinos no consiguieron tener el rol político de los productos romanos. Y a nivel ideológico la clave era que el Imperio romano había dejado de ser la única fuente de legitimidad política.

En el siglo IV, el Imperio romano tenía un control absoluto sobre las ideas de legitimidad del poder, incluso en los territorios bárbaros donde intervenía favoreciendo a unos u a otros con la táctica del divide y vencerás. Pero en el siglo VI esto ya no era así, no había nadie con un poder tan grande en comparación con otros como para definir quién tenía el derecho de gobernar. En Italia uno podía apoyar a los lombardos o a los bizantinos, y luego incluso apoyarse en la legitimidad del Papá. En Spania, la situación política estaba tan fragmentada que además del Reino visigodo y del suevo estaban los romanos orientales y distintos poderes locales que querían mantener su autonomía a toda costa.

Precisamente los romanos occidentales en general sentían antipatía hacia el Imperio romano oriental porque era un estado más centralizado que los reinos bárbaros, y ahora que habían descubierto lo que era tener buena autonomía política no querían renunciar a ella. A los comerciantes sí que les interesaba restaurar el Imperio romano para que volviera la paz y el comercio en el Mediterráneo, pero a los aristócratas y a la mayor parte de la población no porque tendrían que pagar más impuestos. Tanto es así que los hermanos Leandro e Isidoro de Sevilla emigraron hacia el Reino visigodo a la que los bizantinos conquistaron Cartagena y desde allí llamaban extranjeros bárbaros a los bizantinos, es decir, no los veían como romanos iguales a ellos y de hecho ellos mismos, en ese mundo posromano, ya se identificaban más como hispanos que como romanos.

Todo esto no significa que Justiniano no hubiera podido restaurar el Imperio romano en toda su gloria, porque como ya hemos visto con derrotas militares sonoras un reino bárbaro podía desaparecer de la noche a la mañana. Lo que todo esto implica es que necesitaría conquistar todos los reinos bárbaros posromanos para eliminar esas fuentes de legitimidad política y así volver a la situación anterior al siglo V. Solo de este modo podría haber tenido éxito conectando de nuevo los intereses de las élites locales y regionales con los del estado central.

La conversión de los suevos al catolicismo

Bien, antes de hablar de Atanagildo y Liuva quiero hablar del olvidado Reino suevo. Como ya vimos en el episodio 13 ¡Adiós, Imperio romano!, el rey suevo Remismundo había reunificado a los suevos con la ayuda de Teodorico II, pero tras la muerte de éste el Reino suevo dejó de ser vasallo momentáneo del Reino visigodo y empezó a consolidar un reino propiamente dicho en el noroeste de Spania, en la actual Galicia y norte de Portugal. Desde el 469 hasta mediados del siglo VI apenas sabemos nada del Reino suevo, pero a partir de aquí ya conocemos algunos detalles sobre lo que estaba pasando y había pasado entre los suevos.

Por ejemplo, la curiosa llegada de inmigrantes bretones a Galicia y Asturias. Los britones provenían originalmente de las islas Británicas, pero por la llegada de los anglosajones y la presión de los escotos de la actual Escocia pues muchos se establecieron en la región de Armórica, la punta noroeste de Francia que hoy lleva el nombre de Bretoña. Así que algunos directamente desde Britannia y otros desde Armórica pues fueron llegando al noroeste peninsular y establecieron en el Reino suevo su propio obispado. Su identidad étnica diferenciada hizo que también pudieran establecer su propia estructura eclesiástica, y que el obispo de los britones no fuera el obispo de una ciudad concreta sino el de todas las iglesias britonas del Reino suevo, con al actual Basílica de San Martín de Mondoñedo como el monasterio britano más importante.

En el año 538 el papa Vigilio envió una carta al metropolitano de Braga, Profuturo de Braga. A través de ella sabemos que Profuturo había mostrado una gran preocupación porque las prácticas arrianas de los suevos podían confundir a los católicos galaicorromanos, y también porque el priscilianismo seguía vivo en Gallaecia, al igual que un siglo antes como ya vimos con Toribio de Astorga en el episodio corto Cartas de la Hispania del siglo V. Pero lo más interesante que conocemos del Reino suevo antes de ser conquistado por Leovigildo es la conversión de los suevos al catolicismo.

Un misionero de origen panonio llamado Martín llegó al Reino de los suevos en algún momento de la década del 550, quizás como resultado de contactos diplomáticos entre los suevos y los bizantinos. El pronto conocido como Martín de Braga fundó el monasterio de Dumio, escribió numerosos libros, e inició una importantísima labor misionera contra las prácticas heréticas y paganas que los galaicorromanos y suevos mantenían por ignorancia. Aquí es donde tenemos relatos contradictorios sobre la conversión sueva.

Según Gregorio de Tours, el hijo del rey suevo Carriarico había contraído la lepra, y como Carriarico había oído hablar de los milagros del mártir Martín de Tours, quiso hacerse con sus reliquias, y si su hijo se curaba prometió convertirse al catolicismo. Como te puedes imaginar, su hijo se curó y según este relato fantasioso el rey suevo y todos los suevos se convirtieron al catolicismo. En cambio, Isidoro de Sevilla sitúa la conversión de los suevos en los años 560, bajo un rey llamado Teodomiro, que contó con el apoyó del influyente Martín de Braga para convertir a los suevos y reorganizar la Iglesia de Gallaecia.

Al igual que pasó unas décadas después con la conversión de los visigodos con Recaredo, la conversión de los suevos servía para cohesionar mejor el reino y para formar una alianza política entre la monarquía y los obispos católicos. Además, era una forma de ganarse la simpatía de los imperiales y de los francos para hacer frente al enemigo godo, al que querían mantener débil. Parece que de algún modo la jerarquía arriana quedó absorbida por la católica para evitar el descontento de los obispos suevos, porque si en el concilio de Braga del 561 solo un asistente tenía nombre germánico, en el 572 de los doce asistentes cinco llevaban nombre germánico.

La fundación del Reino visigodo de Toledo

Aparte de la guerra civil y la guerra contra el Imperio bizantino, poco sabemos del reinado de Atanagildo. Durante su reinado, el tesoro real estaba exhausto por la pérdida de una parte del tesoro por Agila en Córdoba y por la pérdida de algunas ciudades en manos de los romanos orientales. Pese a la situación complicada del Reino visigodo y a la fragmentación política que vivía Spania en esos momentos, Atanagildo tuvo algunos éxitos, como la reimposición de la autoridad visigoda en Sevilla y el llevar a cabo una política exterior acertada. Casó a dos de sus hijas con reyes francos merovingios para así mantener la paz con los francos y para ayudarse mutuamente ante las amenazas de reconquista por parte del Imperio bizantino.

No sabemos en qué momento de su reinado sucedió, pero fue con Atanagildo que el Reino visigodo estableció su capital en Toledo. Desde la pérdida de Tolosa, los reyes visigodos habían sido itinerantes, yendo a una u a otra ciudad según las circunstancias con los pilares de su poder: el ejército y el tesoro real. Los reyes visigodos habían estado en Narbona, Barcelona, Mérida y Sevilla, pero finalmente Atanagildo fijó la sede regia en Toledo. No sabemos qué lo llevó a elegir Toledo cuando esta no era una gran ciudad, pero los historiadores han especulado sobre las razones.

Uno de los motivos más citados es su situación estratégica, tanto por ser una ciudad con buenas defensas y recursos naturales, como por estar en medio de los dos polos principales de riqueza de Spania, el valle del Ebro y la Bética junto a Mérida. Además, al igual que pasa ahora con Madrid, al estar situada en el interior Toledo no está tan expuesta a ataques de enemigos exteriores, ya sea desde el norte o desde el sur. Y otra vez al igual que Madrid en el siglo XVI, Toledo no tenía a una poderosa aristocracia hispanorromana como sí ocurría en Mérida, Sevilla u otras grandes ciudades de Spania, así que los visigodos podían hacerse los amos de Toledo sin encontrar rival.

El rey Atanagildo fue de los pocos reyes visigodos en morir de causas naturales sin asesinatos de por medio. Al morir Atanagildo en el año 567, hubo un largo interregno de unos cinco meses, lo que nos lleva a pensar que los magnates godos estaban divididos y les costó ponerse de acuerdo para nombrar un candidato al trono. Con la debilidad del poder visigodo en Spania en esos momentos, los godos debían evitar a toda costa una guerra civil que podría ser la perdición del reino. Así que las facciones de godos de Spania parece que consensuaron un candidato que estuviera alejado de las disputas de la corte, ni más ni menos que al duque de la Septimania, Liuva. Pero de él y sobre todo de su hermano Leovigildo voy a hablar en el siguiente episodio, porque ahora queda un tema importante del que hablar.

Sociedad visigoda

Así es, ahora toca hablar de la sociedad del Reino visigodo, y aquí me centraré en cómo estaba estructurada la sociedad de la Spania goda y dejaré algunas cuestiones más específicas como los judíos en el Reino visigodo como un tema aparte para futuros episodios. Bien, primero hay que hablar de demografía y etnia. Como explico en el episodio extra 6 Identidad goda y su evolución, los visigodos no son más que una fuerza militar acompañada de sus familias que con el tiempo se asentaron en Spania y se convirtieron en aristócratas, en parte de la élite dirigente.

Estamos hablando de entre 70 y 100.000 godos que se asentaron en la península ibérica y gobernaron sobre una población de entre 5 y 6 millones de habitantes, por lo que estamos hablando de una minoría privilegiada. Sin embargo, esta minoría no era privilegiada por razón de etnia, sino por su posición socioeconómica, porque la sociedad del Reino visigodo no estaba segregada étnicamente, se dividía según la condición de noble o no o por ejercer un cargo público o eclesiástico. Por ejemplo, la prohibición de matrimonios mixtos que no se quitó hasta Leovigildo no era por motivos étnicos o racistas, sino porque originalmente los godos eran una fuerza militar que tenía una serie de prerrogativas y deberes propios de la casta militar.

Si se casaban con una persona de distinta condición jurídica pues se creaba un problema jurídico con sus descendientes, y esto no es algo que se resolvió jurídicamente hasta décadas después de que los matrimonios mixtos hispanogodos se estuvieran produciendo. Al final, ser godo se convirtió en un signo de nobleza pero había muy pocos elementos culturales germánicos que pervivieran, es decir, los godos se romanizaron y por eso algunos autores hablan de que se formó la identidad hispanogoda, siguiendo un poco esa visión de ver a los visigodos como fundadores de España. Pero en el Reino visigodo no solo había hispanorromanos y godos, sino que también había suevos, africanos, griegos y sirios, britones, y cántabros, astures y vascones que no estaban menos romanizados que otras poblaciones hispanas.

Así que la Spania del siglo VI o VII no era una región homogénea en términos étnicos e identitarios, ni tampoco era homogénea en términos religiosos, porque había arrianos, priscilianos, paganos y judíos. Todo esto es importante de destacar porque gobernar sobre una población diversa siempre tiene sus complicaciones. La sociedad visigoda es una sociedad propia de la Antigüedad tardía y del mundo posromano, porque se mantienen esas mismas tendencias del Bajo Imperio de declive de las ciudades, disminución del comercio, aumento de las desigualdades, y cristianización. Y a esto hay que sumarle nuevas tendencias, como el fin de las villas romanas y el auge de la aldea medieval como ya vimos en el anterior episodio.

¿Y cómo estaba estratificada la sociedad visigoda? Pues como en la sociedad romana nos encontramos ante una sociedad estamental dividida según si eras libre o no, y por si eras privilegiado por ser noble o por formar parte del clero. Entre los privilegiados por su estatus jurídico y posición socioeconómica estaban los godos convertidos en aristócratas, todos aquellos que ejercían cargos públicos importantes, los aristócratas hispanorromanos, y los obispos y miembros del alto clero. En las fuentes y códigos legales éstos son referidos como maiores en contraste con los inferiores, seniores, senatores y otros apelativos para indicar su alto rango.

Luego están las personas libres pero no privilegiadas por las leyes ni desde el punto de vista socioeconómico. Aquí encontramos pequeños propietarios de tierras y negocios, comerciantes, y trabajadores urbanos y de profesiones liberales que no mantenían relaciones de dependencia respecto a ningún terrateniente. Pero lo cierto es que cada vez había menos personas libres por la concentración de la riqueza en manos de grandes magnates y por la Iglesia, así que lo que caracteriza a la sociedad visigoda por encima de todo son las relaciones de patrocinio y dependencia entre esos grandes señores y los siervos y esclavos.

Como ya venía sucediendo desde el Bajo Imperio, no parece que hubiera muchos esclavos como tal, y el grueso de la población tenía la condición jurídica de siervo, que es un estatus que ni se puede considerar a la persona libre ni tampoco esclava. Los siervos en el Reino visigodo eran campesinos dependientes y de las pocas diferencias reales con la situación de un esclavo es que los siervos no podían ser comprados o vendidos ni ser separados de la propiedad en la que trabajaban. Había siervos del rey y del fisco, que gozaban de una buena consideración; siervos de la Iglesia, bastante numerosos, que trabajaban las propiedades de los obispados y monasterios; siervos domésticos que vivían con su amo y trabajaban en el hogar; y siervos rústicos, que eran el grueso de los siervos, que labraban el campo de los terratenientes.

La condición de los siervos era hereditaria, tenían que pagar una renta a sus señores, y no podían abandonar la tierra que labraban. Estaban obligados a servir como soldados si su señor así lo creía conveniente, y tenían pocos derechos, porque por ejemplo no podían llevar a su amo a juicio si éste abusaba de sus siervos. También es cierto que los patronos de los siervos tenían que asegurar la seguridad y alimentación de sus siervos, y como los siervos debían obedecer a su señor si éste por ejemplo se rebelaba contra el rey, los siervos no podían ser castigados legalmente porque solo habían obedecido. Así que nos encontramos ante una relación muy desigual pero con obligaciones por un lado y por el otro.

El Veredicto: ¿Habría sido posible la restauración del Imperio romano?

En El Veredicto de hoy quiero plantearte algunas preguntas sobre la renovatio imperii de Justiniano para que me dejes tu respuesta en los comentarios. La primera de todas y la fundamental es, ¿crees que habría sido posible la restauración del Imperio romano? Imagina que estás en el siglo VI y que la historia aún no está escrita, ¿qué decisiones crees que se podrían haber tomado para reconquistar la parte Occidental del Imperio en su totalidad? Y luego relacionado con la Spania bizantina, ¿crees que Justiniano realmente quería conquistar el Reino visigodo en su totalidad con su intervención, o tenía otros motivos? ¿Habría sido posible poner a los aristócratas hispanorromanos de su lado? Espero tu respuesta en los comentarios del vídeo o en iVoox, o sino a través de redes sociales. Y con eso, El Veredicto termina.

Avance y outro

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Fuentes

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Justiniano y la renovatio imperii

En el episodio anterior, el episodio 14 Intermedio ostrogodo, hablé sobre la primera mitad del siglo VI, que fue un período difícil para el Reino visigodo, pero es importante porque ahí es cuando el Reino visigodo pasó de estar en el sur de la Galia a establecerse en Hispania. Pero durante esta primera mitad del siglo VI ocurrieron muchos cambios geopolíticos que afectarían también al Reino visigodo. Esta vez los cambios no estaban ocurriendo a causa de los bárbaros, sino por parte del Imperio romano, es decir, de la parte oriental que no cayó y que conocemos en la historiografía como Imperio bizantino.

Al empezar Justiniano su reinado en el 527, el Mediterráneo no era ya un mar romano. La capital era Constantinopla, y Roma ni siquiera estaba bajo control de ese mismo imperio que se llamaba romano. La antigua parte Occidental del Imperio romano llevaba décadas ocupada por distintos reinos bárbaros, y Justiniano consideraba que esto era algo intolerable. Así que, a diferencia de sus predecesores, su reinado tuvo el objetivo de restaurar el Imperio romano en su plenitud, con un programa ideológico y militar que conocemos como renovatio imperii, y es que ahora ya no valdría con que los reyes bárbaros se presentasen como representantes legítimos del poder imperial.

Ten en cuenta que en ese momento los reinos bárbaros de Occidente podían verse como algo efímero si se comparaba con la larga historia del Imperio romano, así que la idea de una reconquista romana no era tan descabellada. Algunos historiadores presentan la renovatio imperii como una forma de distraer a sus súbditos de los problemas internos del Imperio bizantino y de unir a los romanos orientales fijando un enemigo común, hasta el punto de negar que hubiera existido tal programa ideológico concienzudamente planificado. Pero realmente sería erróneo minusvalorar la importancia del componente ideológico, esa idea ecuménica de una monarquía universal que restaurase la unidad política y religiosa de los cristianos.

Esta misma idea de una monarquía cristiana universal será una base ideológica fundamental para Carlos I de España y V del Sacro Imperio romano, y a larga su proyecto terminó en un fracaso al igual que el de Justiniano. Pero volviendo a la renovatio imperii, lo que hay que entender es que la motivación religiosa era igual de importante que la política, porque algunos emperadores bizantinos, y entre ellos estaba Justiniano, pues querían el poder supremo tanto secular como religioso. Esto es lo que se conoce como cesaropapismo, aunque obviamente a muchos obispos no les hacía ninguna gracia y se oponían a esa intromisión del emperador en los asuntos eclesiásticos, pero esta idea de unidad en todos los sentidos es la clave para entender la obra de Justiniano.

Renovatio imperii mapa de las conquistas de Justiniano

Mapa de las conquistas de Justiniano por el Mediterráneo

Los predecesores de Justiniano habían fortalecido la administración, el ejército y la economía, así que con estos pilares y los factores ideológicos, políticos y económicos que entraron en juego se pudo llevar a cabo esta aventura de restauración imperial. Justiniano se aprovechó de conflictos dinásticos para conquistar el Reino vándalo del norte de África en el año 534, incluyendo Ceuta y las Islas Baleares, y el siguiente objetivo fue Italia, controlada por el Reino ostrogodo. La guerra Gótica pudo haber terminado igual que rápido que la Vándala, pero por una serie de malas decisiones la guerra gótica se convirtió en un conflicto largo que devastó Italia.

El Imperio de Justiniano tenía frentes abiertos en Italia, el norte de África combatiendo a bereberes y rebeldes, y los siempre problemáticos persas en el este. Y aún peor fue la peste de Justiniano que se extendió por todo el Mediterráneo y de la que ya hablé en el anterior episodio. A todo esto, los reinos francos merovingios se pudieron fortalecer al conquistar el Reino de los burgundios y al quitar Provenza de las manos de los ostrogodos. El rey ostrogodo Totila fue reconquistando territorio y ejecutó muchos senadores romanos, así que irónicamente, el mismo orden romano que había sobrevivido bajo Odoacro y Teodorico el Amalo estaba siendo destruido por el mismo emperador romano que intentaba restaurar el Imperio en Occidente.

Agila y la guerra civil visigoda

Todos estos acontecimientos de gran importancia ocurrieron durante el reinado de Teudis como ya vimos en el episodio anterior. El rey Teudis ya vio con gran preocupación la empresa de la renovatio imperii de Justiniano porque obviamente después de conquistar el norte de África e Italia, el Reino visigodo podía ser el siguiente, y ahora ya no tenían a sus primos ostrogodos para salvarlos. Teudis intentó arrebatar Ceuta de manos bizantinas porque era una amenaza permanente a los visigodos, pero su expedición resultó en un sonoro fracaso.

A su muerte y a la su efímero sucesor Teudiselo, le siguieron más de dos décadas de crisis y pérdida de control territorial de los visigodos sobre Spania. Por cierto, a partir de aquí ya no hablo más de Hispania sino que uso el término Spania porque es el que ya se usaba en la época, aunque en época visigoda este será un concepto geográfico cambiante porque por ejemplo Leovigildo se consideraba rey de Spania, Gallaecia y Narbonense, es decir, que por los suevos Gallaecia se consideraba algo aparte. Y para evitar confundir Spania en general con la provincia bizantina de Spania pues cuando hable de la Spania bizantina lo especificaré. Aclarado esto, tras el asesinato de Teudiselo el noble visigodo Agila fue elegido rey.

Los visigodos desde Teudis que centraban sus esfuerzos en extender sus posesiones por la Bética, pero los éxitos fueron limitados. Córdoba se resistía al dominio visigodo y su élite quería seguir siendo independiente de facto, pero según las fuentes posteriores el arriano Agila profanó la iglesia del patrón de Córdoba y esto provocó una reacción popular. Los cordobeses atacaron a Agila y su ejército y sorprendentemente derrotaron a los godos, provocando la muerte del hijo de Agila y la pérdida de una parte del tesoro real visigodo, algo muy importante para un reino bárbaro tanto económicamente como por prestigio e identidad.

La derrota fue tal que Agila tuvo que retirarse a Mérida, y una derrota militar como esta puso en cuestión su reinado y menoscabó su legitimidad. Un sector de la aristocracia visigoda decidió rebelarse contra Agila desde Sevilla, con el noble Atanagildo al frente. Con esto se inició una guerra civil visigoda, ¿y quién era experto en explotar guerras civiles? ¡Exacto, Justiniano!

Conquista bizantina de Spania

Atanagildo creía que no tenía suficientes apoyos como para derrocar por si solo a Agila, así que pidió ayuda al Imperio bizantino de Justiniano. Justiniano estaba ocupado en frentes más importantes, como sus ofensivas finales contra el Reino ostrogodo, pero pudo mandar un pequeño contingente a Spania, porque aún recordaba cómo no había podido responder de forma contundente al ataque godo a Ceuta en el 546. Así que Atanagildo y Justiniano llegaron a algún tipo de acuerdo del que no conocemos detalles, pero claro Atanagildo solo podía prometer tierras y eso es lo que ansiaba Justiniano con su proyecto de restauración imperial.

Así fue como a mediados del año 552 una expedición de unos 2.000 soldados imperiales desembarcó probablemente en las costas de Algeciras dirigidos por el octogenario Pedro Marcelino Félix Liberio. Este hombre ya había sido prefecto de Italia y la Galia bajo Teodorico el Amalo, y luego sirvió al Imperio bizantino como prefecto de Egipto, y tras esta carrera tan excepcional ahora recayó sobre sus hombros esta última misión poco antes de morir. Con esta intervención bizantina se demostró que Teudis hizo bien en al menos intentar tomar Ceuta, porque aunque no tenemos apenas detalles sobre esta campaña lo lógico es que el apoyo naval de la guarnición de Ceuta fuera clave.

Mapa del Reino visigodo a mediados del siglo VI

Mapa del Reino visigodo a mediados del siglo VI, por Desperta Ferro

Esto se demuestra también por el hecho de que fue en las cercanías de Sevilla donde se produjo una batalla entre los partidarios de Agila y Atanagildo que se saldó con la victoria de los rebeldes. En los dos o tres años siguientes parece que hubo bastante inactividad o que los bizantinos se encargaron más de asegurar sus posesiones por el litoral de Spania que en ayudar a Atanagildo. Pero la cosa es que en esos momentos el Imperio bizantino conquistó el Reino ostrogodo salvo por alguna guarnición menor, y habían prevenido una invasión franca y alamana, así que tenían tropas disponibles para mandar a Spania.

En el 554 o 555 un contingente mayor al anterior pudo desembarcar en Carthago Spartaria, la actual Cartagena, y como los magnates godos se las veían venir y no querían sufrir el mismo destino que los ostrogodos, pues los que apoyaban a Agila lo asesinaron en Mérida y terminaron así con la guerra civil visigoda. Ahora Atanagildo tenía el deber de reparar la debilitada autoridad goda y combatir a sus antiguos aliados bizantinos para evitar que esto se convirtiera en una invasión a gran escala. Pero al final, los romanos orientales solo pudieron consolidar sus dominios desde Cádiz hasta Denia y Atanagildo no fue capaz de expulsarlos.

Los historiadores han debatido mucho sobre las causas y los objetivos que tenía Justiniano al intervenir en la guerra civil visigoda visto el desinterés de las fuentes y los escasos recursos dedicados a la provincia de Spania. Algunos defienden que la Spania bizantina cumplía principalmente con la función geoestratégica de prevenir ataques visigodos a sus posesiones norteafricanas. Esto se argumentaría por el hecho de haber tomado solo el litoral, por previamente conquistar Ceuta, y porque el duque de Spania dependía administrativamente de la África bizantina.

Pero esta tesis no me parece muy sólida, porque realmente el Reino visigodo aún estaba tocado por el desastre de Vouillé y no controlaba toda la península ibérica. O sea, un enemigo débil como eran los visigodos en ese momento suficiente tenían con lo suyo como para aventurarse a atacar a los romanos orientales en África. El intento de conquista de Ceuta es un caso aparte porque está al otro lado del Estrecho, pero los visigodos no podían ni soñar con atacar las posesiones bizantinas de la actual Argelia y Túnez. Otros historiadores enfatizan los intereses comerciales, para volver a convertir el mar Mediterráneo en el mare Nostrum romano y controlar la ruta atlántica con el control del estrecho de Gibraltar.

Esta motivación es complementaria y es más creíble, aunque al fin y al cabo Justiniano seguramente deseaba conquistar toda Spania como había hecho con Italia y el norte de África, y si no pudo hacerlo fue por las plagas y complicaciones económicas y militares. Por tanto, la idea de la renovatio imperii también guió las acciones de los bizantinos en Spania, pero como el Imperio estaba bastante agotado solo pudieron adoptar una estrategia defensiva de protección de las poblaciones costeras conquistadas y la provincia de Spania siempre fue una provincia secundaria y marginal para los intereses bizantinos.

Provincia de Spania

Al final, parece que Justiniano y Atanagildo tuvieron que firmar un tratado para más o menos fijar las fronteras de la recién fundada provincia de Spania entre Cádiz y Denia y en el interior hasta Medina Sidonia, Ronda, Antequera y Baza. La administración bizantina provocó pocos cambios, no había recursos para ponerse a hacer grandes obras públicas ni para acuñar monedas en suelo hispano. Ya cuando Justiniano puso un pie en Spania el Imperio bizantino tenía pocos recursos para dedicar a sus aventuras occidentales, y casi todos los emperadores posteriores excepto por Mauricio a finales del siglo VI no prestaron atención a Occidente y estaban completamente a la defensiva.

Mapa de la Spania bizantina por Desperta Ferro

Mapa de la Spania bizantina, por Desperta Ferro

El gobierno de la Spania bizantina era de corte militar-eclesiástico, con militares al frente de la administración y defensa y los obispos ostentando el poder civil de las ciudades que antes tenían las curias municipales. Aunque se han propuesto Málaga o Ceuta como posibles capitales de la provincia de Spania, lo más probable es que Cartagena fuera la capital administrativa por estar mejor conectada con el resto del Mediterráneo y porque ya había sido la capital de la Cartaginense y tenía una sede episcopal metropolitana. Que Cartagena estuviera en manos bizantinas favoreció mucho a Toledo, porque los visigodos decidieron arrebatar su condición de sede metropolitana para los obispados de la antigua provincia de la Cartaginense que estaban en manos godas.

Se estima que había unos 5.000 soldados imperiales en la Spania bizantina, acuartelados sobre todo en las ciudades costeras, aunque a medida que se fue reduciendo el territorio y hubo problemas en frentes más importantes este número se fue reduciendo. Claro, es que entre los bereberes del norte de África, los lombardos invadiendo Italia, la amenaza de los ávaros y eslavos en los Balcanes y Tracia, y los persas en el este, pues obviamente la pequeña provincia de Spania no era precisamente la prioridad de los emperadores de Constantinopla. Y a nivel de colonos civiles tampoco hubo muchos, por tanto, no se produjo una helenización, y de hecho vemos incluso más influencia oriental en la goda Mérida, donde un médico de origen griego y un hombre egipcio llegaron a ser obispos de la ciudad.

Las fronteras de la Spania bizantina nunca fueron estables, al igual que pasó en la África vándala y bizantina al hacer frontera con los bereberes. Al principio, entre la provincia de Spania y el Reino visigodo había ciudades y regiones autónomas que funcionaban como una zona colchón, como por ejemplo Córdoba o las sierras de Jaén y Albacete, y esto fue así hasta que Leovigildo inició sus campañas de conquista por toda Spania. Así que, aunque intermitentemente se reactivaba ese conflicto grecogótico, estamos hablando de fronteras muy permeables donde no había problemas para la libre circulación de personas y de bienes.

Es interesante la reflexión que hace Jaime Vizcaíno Sánchez tras analizar restos arqueológicos de toda la Spania bizantina, porque nos cuenta que lo que se observa es que los territorios hispanos ocupados por los bizantinos sufren menos cambios que los del Reino visigodo. Y esto tiene todo el sentido del mundo, tanto porque la presencia bizantina fue muy modesta como por el propio carácter de la renovatio imperii, que no era más que asegurar la continuidad de la romanidad. Por ejemplo, los ya antiguos vínculos comerciales y culturales entre Spania y el norte de África se estrecharon con los bizantinos, y esto se refleja en las cerámicas y monedas que prácticamente eran todas de África mientras que las de Oriente no abundan.

Los bizantinos actuaron como garantes de que el comercio mediterráneo se mantuviera vivo, a pesar de que claramente se había reducido mucho desde la época del Imperio romano. Y esto es tan cierto que a la que las ciudades de la Spania bizantina fueron cayendo en manos visigodas, se ve como se desmediterranizaron al igual que había pasado en la Spania visigoda y por toda la Europa no bizantina. La Europa cristiana continuaba dando pasos hacia la realidad de la Alta Edad Media.

¿Por qué fracasó la renovatio imperii?

Hay dos grandes cuestiones que son fundamentales para entender este período. Primero, ¿por qué algunos reinos bárbaros colapsaron rápidamente cuando en ellos participaban activamente los romanos provinciales? Y segundo y quizás más importante aún, ¿por qué fracasó la renovatio imperii, es decir, por qué el Imperio bizantino no pudo mantener los territorios reconquistados durante mucho tiempo y por qué su expansión militar no pudo replicar el éxito de las conquistas de la República romana y del Alto Imperio?

Sobre la primera cuestión, una de las causas de la destrucción del Reino vándalo o del ostrogodo es por el mal liderazgo. En algunas ocasiones los ostrogodos pudieron derrotar decisivamente a los imperiales y no lo hicieron, y el problema de la sucesión de Teodorico el Amalo persistió en el tiempo. En el caso vándalo, el reino norteafricano llevaba tiempo mostrando debilidad incluso frente a los caciques y reyezuelos bereberes. Los vándalos además alinearon a buena parte de la población romana africana por sus expropiaciones y persecuciones anticatólicas, así que es normal que a veces los romanos de África prefieran o ser gobernados por los bizantinos o por los bereberes.

Al final, una derrota militar era la causa principal de que un reino bárbaro cayera. Ya vimos esto con los suevos, y también se produjeron situaciones similares con el Reino de los burgundios o los turingios, que fueron incorporados por los francos. De hecho, el Reino visigodo estuvo apunto de desaparecer tras el desastre de Vouillé y no sería hasta el reinado de Leovigildo, muchas décadas después, que los visigodos pudieron construir un reino sólido. Y en cuanto al fracaso a largo plazo de la restauración imperial de Justiniano, hay varias causas a considerar además de las derrotas militares.

La plaga de Justiniano redujo considerablemente la población y eso también tuvo grandes efectos negativos en la moral de las tropas y en la economía. El Imperio bizantino se había extendido en demasiados frentes, pero el problema no era tener varios frentes abiertos, porque al fin y al cabo la República romana o el Alto Imperio también lucharon en varios frentes, sino que el problema reside en qué tipo de frentes eran. Para entendernos, la Antigua Roma luchó muchas veces contra estados más pequeños o contra gentes divididas políticamente y poco desarrolladas.

Pero la naturaleza de los enemigos bárbaros del siglo VI era muy diferente, los Reinos ostrogodo, vándalo, franco o visigodo eran estados posromanos con toda la infraestructura y administración romana de las provincias, no eran ya tribus que si se mantenían divididas eran débiles frente a Roma como ocurría antes del siglo V. Otra diferencia clave es el rol del ejército republicano y alto imperial y el bizantino, porque en el primer caso el ejército era una vía de integración de las poblaciones conquistadas, mientras que el ejército bizantino estaba en buena parte compuesta por mercenarios que volvían a su casa cuando la guerra terminaba. Esto explica por ejemplo por qué el Imperio no pudo proteger bien Italia frente a la invasión lombarda en el 568, tres años después de la muerte de Justiniano.

Otros factores explican por qué el Imperio bizantino falló en emular el éxito de la República y Alto Imperio, por ejemplo que las economías de los reinos bárbaros mediterráneos estaban fragmentadas y eran cada vez más locales y autárquicas. Los productos importados y exportados no penetraban muy al interior de los territorios, así que el comercio mediterráneo ya no era lo que había sido y los productos bizantinos no consiguieron tener el rol político de los productos romanos. Y a nivel ideológico la clave era que el Imperio romano había dejado de ser la única fuente de legitimidad política.

En el siglo IV, el Imperio romano tenía un control absoluto sobre las ideas de legitimidad del poder, incluso en los territorios bárbaros donde intervenía favoreciendo a unos u a otros con la táctica del divide y vencerás. Pero en el siglo VI esto ya no era así, no había nadie con un poder tan grande en comparación con otros como para definir quién tenía el derecho de gobernar. En Italia uno podía apoyar a los lombardos o a los bizantinos, y luego incluso apoyarse en la legitimidad del Papá. En Spania, la situación política estaba tan fragmentada que además del Reino visigodo y del suevo estaban los romanos orientales y distintos poderes locales que querían mantener su autonomía a toda costa.

Precisamente los romanos occidentales en general sentían antipatía hacia el Imperio romano oriental porque era un estado más centralizado que los reinos bárbaros, y ahora que habían descubierto lo que era tener buena autonomía política no querían renunciar a ella. A los comerciantes sí que les interesaba restaurar el Imperio romano para que volviera la paz y el comercio en el Mediterráneo, pero a los aristócratas y a la mayor parte de la población no porque tendrían que pagar más impuestos. Tanto es así que los hermanos Leandro e Isidoro de Sevilla emigraron hacia el Reino visigodo a la que los bizantinos conquistaron Cartagena y desde allí llamaban extranjeros bárbaros a los bizantinos, es decir, no los veían como romanos iguales a ellos y de hecho ellos mismos, en ese mundo posromano, ya se identificaban más como hispanos que como romanos.

Todo esto no significa que Justiniano no hubiera podido restaurar el Imperio romano en toda su gloria, porque como ya hemos visto con derrotas militares sonoras un reino bárbaro podía desaparecer de la noche a la mañana. Lo que todo esto implica es que necesitaría conquistar todos los reinos bárbaros posromanos para eliminar esas fuentes de legitimidad política y así volver a la situación anterior al siglo V. Solo de este modo podría haber tenido éxito conectando de nuevo los intereses de las élites locales y regionales con los del estado central.

La conversión de los suevos al catolicismo

Bien, antes de hablar de Atanagildo y Liuva quiero hablar del olvidado Reino suevo. Como ya vimos en el episodio 13 ¡Adiós, Imperio romano!, el rey suevo Remismundo había reunificado a los suevos con la ayuda de Teodorico II, pero tras la muerte de éste el Reino suevo dejó de ser vasallo momentáneo del Reino visigodo y empezó a consolidar un reino propiamente dicho en el noroeste de Spania, en la actual Galicia y norte de Portugal. Desde el 469 hasta mediados del siglo VI apenas sabemos nada del Reino suevo, pero a partir de aquí ya conocemos algunos detalles sobre lo que estaba pasando y había pasado entre los suevos.

Por ejemplo, la curiosa llegada de inmigrantes bretones a Galicia y Asturias. Los britones provenían originalmente de las islas Británicas, pero por la llegada de los anglosajones y la presión de los escotos de la actual Escocia pues muchos se establecieron en la región de Armórica, la punta noroeste de Francia que hoy lleva el nombre de Bretoña. Así que algunos directamente desde Britannia y otros desde Armórica pues fueron llegando al noroeste peninsular y establecieron en el Reino suevo su propio obispado. Su identidad étnica diferenciada hizo que también pudieran establecer su propia estructura eclesiástica, y que el obispo de los britones no fuera el obispo de una ciudad concreta sino el de todas las iglesias britonas del Reino suevo, con al actual Basílica de San Martín de Mondoñedo como el monasterio britano más importante.

En el año 538 el papa Vigilio envió una carta al metropolitano de Braga, Profuturo de Braga. A través de ella sabemos que Profuturo había mostrado una gran preocupación porque las prácticas arrianas de los suevos podían confundir a los católicos galaicorromanos, y también porque el priscilianismo seguía vivo en Gallaecia, al igual que un siglo antes como ya vimos con Toribio de Astorga en el episodio corto Cartas de la Hispania del siglo V. Pero lo más interesante que conocemos del Reino suevo antes de ser conquistado por Leovigildo es la conversión de los suevos al catolicismo.

Un misionero de origen panonio llamado Martín llegó al Reino de los suevos en algún momento de la década del 550, quizás como resultado de contactos diplomáticos entre los suevos y los bizantinos. El pronto conocido como Martín de Braga fundó el monasterio de Dumio, escribió numerosos libros, e inició una importantísima labor misionera contra las prácticas heréticas y paganas que los galaicorromanos y suevos mantenían por ignorancia. Aquí es donde tenemos relatos contradictorios sobre la conversión sueva.

Según Gregorio de Tours, el hijo del rey suevo Carriarico había contraído la lepra, y como Carriarico había oído hablar de los milagros del mártir Martín de Tours, quiso hacerse con sus reliquias, y si su hijo se curaba prometió convertirse al catolicismo. Como te puedes imaginar, su hijo se curó y según este relato fantasioso el rey suevo y todos los suevos se convirtieron al catolicismo. En cambio, Isidoro de Sevilla sitúa la conversión de los suevos en los años 560, bajo un rey llamado Teodomiro, que contó con el apoyó del influyente Martín de Braga para convertir a los suevos y reorganizar la Iglesia de Gallaecia.

Al igual que pasó unas décadas después con la conversión de los visigodos con Recaredo, la conversión de los suevos servía para cohesionar mejor el reino y para formar una alianza política entre la monarquía y los obispos católicos. Además, era una forma de ganarse la simpatía de los imperiales y de los francos para hacer frente al enemigo godo, al que querían mantener débil. Parece que de algún modo la jerarquía arriana quedó absorbida por la católica para evitar el descontento de los obispos suevos, porque si en el concilio de Braga del 561 solo un asistente tenía nombre germánico, en el 572 de los doce asistentes cinco llevaban nombre germánico.

La fundación del Reino visigodo de Toledo

Aparte de la guerra civil y la guerra contra el Imperio bizantino, poco sabemos del reinado de Atanagildo. Durante su reinado, el tesoro real estaba exhausto por la pérdida de una parte del tesoro por Agila en Córdoba y por la pérdida de algunas ciudades en manos de los romanos orientales. Pese a la situación complicada del Reino visigodo y a la fragmentación política que vivía Spania en esos momentos, Atanagildo tuvo algunos éxitos, como la reimposición de la autoridad visigoda en Sevilla y el llevar a cabo una política exterior acertada. Casó a dos de sus hijas con reyes francos merovingios para así mantener la paz con los francos y para ayudarse mutuamente ante las amenazas de reconquista por parte del Imperio bizantino.

No sabemos en qué momento de su reinado sucedió, pero fue con Atanagildo que el Reino visigodo estableció su capital en Toledo. Desde la pérdida de Tolosa, los reyes visigodos habían sido itinerantes, yendo a una u a otra ciudad según las circunstancias con los pilares de su poder: el ejército y el tesoro real. Los reyes visigodos habían estado en Narbona, Barcelona, Mérida y Sevilla, pero finalmente Atanagildo fijó la sede regia en Toledo. No sabemos qué lo llevó a elegir Toledo cuando esta no era una gran ciudad, pero los historiadores han especulado sobre las razones.

Uno de los motivos más citados es su situación estratégica, tanto por ser una ciudad con buenas defensas y recursos naturales, como por estar en medio de los dos polos principales de riqueza de Spania, el valle del Ebro y la Bética junto a Mérida. Además, al igual que pasa ahora con Madrid, al estar situada en el interior Toledo no está tan expuesta a ataques de enemigos exteriores, ya sea desde el norte o desde el sur. Y otra vez al igual que Madrid en el siglo XVI, Toledo no tenía a una poderosa aristocracia hispanorromana como sí ocurría en Mérida, Sevilla u otras grandes ciudades de Spania, así que los visigodos podían hacerse los amos de Toledo sin encontrar rival.

El rey Atanagildo fue de los pocos reyes visigodos en morir de causas naturales sin asesinatos de por medio. Al morir Atanagildo en el año 567, hubo un largo interregno de unos cinco meses, lo que nos lleva a pensar que los magnates godos estaban divididos y les costó ponerse de acuerdo para nombrar un candidato al trono. Con la debilidad del poder visigodo en Spania en esos momentos, los godos debían evitar a toda costa una guerra civil que podría ser la perdición del reino. Así que las facciones de godos de Spania parece que consensuaron un candidato que estuviera alejado de las disputas de la corte, ni más ni menos que al duque de la Septimania, Liuva. Pero de él y sobre todo de su hermano Leovigildo voy a hablar en el siguiente episodio, porque ahora queda un tema importante del que hablar.

Sociedad visigoda

Así es, ahora toca hablar de la sociedad del Reino visigodo, y aquí me centraré en cómo estaba estructurada la sociedad de la Spania goda y dejaré algunas cuestiones más específicas como los judíos en el Reino visigodo como un tema aparte para futuros episodios. Bien, primero hay que hablar de demografía y etnia. Como explico en el episodio extra 6 Identidad goda y su evolución, los visigodos no son más que una fuerza militar acompañada de sus familias que con el tiempo se asentaron en Spania y se convirtieron en aristócratas, en parte de la élite dirigente.

Estamos hablando de entre 70 y 100.000 godos que se asentaron en la península ibérica y gobernaron sobre una población de entre 5 y 6 millones de habitantes, por lo que estamos hablando de una minoría privilegiada. Sin embargo, esta minoría no era privilegiada por razón de etnia, sino por su posición socioeconómica, porque la sociedad del Reino visigodo no estaba segregada étnicamente, se dividía según la condición de noble o no o por ejercer un cargo público o eclesiástico. Por ejemplo, la prohibición de matrimonios mixtos que no se quitó hasta Leovigildo no era por motivos étnicos o racistas, sino porque originalmente los godos eran una fuerza militar que tenía una serie de prerrogativas y deberes propios de la casta militar.

Si se casaban con una persona de distinta condición jurídica pues se creaba un problema jurídico con sus descendientes, y esto no es algo que se resolvió jurídicamente hasta décadas después de que los matrimonios mixtos hispanogodos se estuvieran produciendo. Al final, ser godo se convirtió en un signo de nobleza pero había muy pocos elementos culturales germánicos que pervivieran, es decir, los godos se romanizaron y por eso algunos autores hablan de que se formó la identidad hispanogoda, siguiendo un poco esa visión de ver a los visigodos como fundadores de España. Pero en el Reino visigodo no solo había hispanorromanos y godos, sino que también había suevos, africanos, griegos y sirios, britones, y cántabros, astures y vascones que no estaban menos romanizados que otras poblaciones hispanas.

Así que la Spania del siglo VI o VII no era una región homogénea en términos étnicos e identitarios, ni tampoco era homogénea en términos religiosos, porque había arrianos, priscilianos, paganos y judíos. Todo esto es importante de destacar porque gobernar sobre una población diversa siempre tiene sus complicaciones. La sociedad visigoda es una sociedad propia de la Antigüedad tardía y del mundo posromano, porque se mantienen esas mismas tendencias del Bajo Imperio de declive de las ciudades, disminución del comercio, aumento de las desigualdades, y cristianización. Y a esto hay que sumarle nuevas tendencias, como el fin de las villas romanas y el auge de la aldea medieval como ya vimos en el anterior episodio.

¿Y cómo estaba estratificada la sociedad visigoda? Pues como en la sociedad romana nos encontramos ante una sociedad estamental dividida según si eras libre o no, y por si eras privilegiado por ser noble o por formar parte del clero. Entre los privilegiados por su estatus jurídico y posición socioeconómica estaban los godos convertidos en aristócratas, todos aquellos que ejercían cargos públicos importantes, los aristócratas hispanorromanos, y los obispos y miembros del alto clero. En las fuentes y códigos legales éstos son referidos como maiores en contraste con los inferiores, seniores, senatores y otros apelativos para indicar su alto rango.

Luego están las personas libres pero no privilegiadas por las leyes ni desde el punto de vista socioeconómico. Aquí encontramos pequeños propietarios de tierras y negocios, comerciantes, y trabajadores urbanos y de profesiones liberales que no mantenían relaciones de dependencia respecto a ningún terrateniente. Pero lo cierto es que cada vez había menos personas libres por la concentración de la riqueza en manos de grandes magnates y por la Iglesia, así que lo que caracteriza a la sociedad visigoda por encima de todo son las relaciones de patrocinio y dependencia entre esos grandes señores y los siervos y esclavos.

Como ya venía sucediendo desde el Bajo Imperio, no parece que hubiera muchos esclavos como tal, y el grueso de la población tenía la condición jurídica de siervo, que es un estatus que ni se puede considerar a la persona libre ni tampoco esclava. Los siervos en el Reino visigodo eran campesinos dependientes y de las pocas diferencias reales con la situación de un esclavo es que los siervos no podían ser comprados o vendidos ni ser separados de la propiedad en la que trabajaban. Había siervos del rey y del fisco, que gozaban de una buena consideración; siervos de la Iglesia, bastante numerosos, que trabajaban las propiedades de los obispados y monasterios; siervos domésticos que vivían con su amo y trabajaban en el hogar; y siervos rústicos, que eran el grueso de los siervos, que labraban el campo de los terratenientes.

La condición de los siervos era hereditaria, tenían que pagar una renta a sus señores, y no podían abandonar la tierra que labraban. Estaban obligados a servir como soldados si su señor así lo creía conveniente, y tenían pocos derechos, porque por ejemplo no podían llevar a su amo a juicio si éste abusaba de sus siervos. También es cierto que los patronos de los siervos tenían que asegurar la seguridad y alimentación de sus siervos, y como los siervos debían obedecer a su señor si éste por ejemplo se rebelaba contra el rey, los siervos no podían ser castigados legalmente porque solo habían obedecido. Así que nos encontramos ante una relación muy desigual pero con obligaciones por un lado y por el otro.

El Veredicto: ¿Habría sido posible la restauración del Imperio romano?

En El Veredicto de hoy quiero plantearte algunas preguntas sobre la renovatio imperii de Justiniano para que me dejes tu respuesta en los comentarios. La primera de todas y la fundamental es, ¿crees que habría sido posible la restauración del Imperio romano? Imagina que estás en el siglo VI y que la historia aún no está escrita, ¿qué decisiones crees que se podrían haber tomado para reconquistar la parte Occidental del Imperio en su totalidad? Y luego relacionado con la Spania bizantina, ¿crees que Justiniano realmente quería conquistar el Reino visigodo en su totalidad con su intervención, o tenía otros motivos? ¿Habría sido posible poner a los aristócratas hispanorromanos de su lado? Espero tu respuesta en los comentarios del vídeo o en iVoox, o sino a través de redes sociales. Y con eso, El Veredicto termina.

Avance y outro

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Resumen de la historia del Reino visigodo

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Imperium Rōmānum

Imperio
395-1453
(Interregno de 1204 a 1261)
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Bandera Byzantine Palaiologos Eagle.svg69x85

Escudo
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Desarrollo territorial del Imperio
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Imperio romano de oriente en el año 555 cuando gobernaba Justiniano I.
Coordenadas 41°00′55″N 28°59′05″E
Capital Constantinopla1
Entidad Imperio
Idioma oficial Griego, Latín
Población (300)
• Total 17 000 000 hab.
Superficie hist.
• 4572​ 2 500 000 km²
• 5652​ 3 400 000 km²
• 7752​ 690 000 km²
• 10252​ 1 650 000 km²
• 13202​ 120 000 km²
Población hist.
• 4572​ est. 20 000 000 hab.
• 5652​ est. 26 000 000 hab.
• 7752​ est. 7 000 000 hab.
• 10252​ est. 12 000 000 hab.
• 13202​ est. 2 000 000 hab.
Religión Cristianismo ortodoxo
Moneda Numo, sólido, Hiperpirón
Período histórico Edad Media
• 1 de abril
de 286 Primera división del Imperio (Diarquía)
• 11 de mayo
de 330 Fundación de Constantinopla por Constantino I
• 17 de mayo
de 395 División final entre Oriente y Occidente
• 4 de septiembre
de 476 Caída del Imperio romano de Occidente
• 16 de julio
de 1054 Cisma de Oriente y Occidente
• 12 de abril
de 1204 Toma de Constantinopla en la Cuarta Cruzada
• 25 de julio
de 1261 Reconquista de Constantinopla
• 29 de mayo
de 1453 Caída definitiva de Constantinopla
Forma de gobierno Autocracia
Emperador

• 395-408
• 1449-1453 Arcadio
Constantino XI
Legislatura Senado bizantino
Precedido por Sucedido por
Imperio romano20x18


Imperio otomano20x13
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Se denomina como Imperio romano de Oriente, Imperio bizantino o, simplemente, Bizancio 3​ a la mitad oriental del Imperio romano desde el 395, que pervivió durante toda la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Su capital se encontraba en Constantinopla (griego: Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), construida sobre la antigua Bizancio, importante ciudad colonial de la Tracia griega fundada hacia eI 667 a. C. El Imperio bizantino es también conocido como el Imperio romano de Oriente, especialmente para hacer referencia a sus primeros siglos de existencia, durante la Antigüedad tardía, época en que el Imperio romano de Occidente todavía existía. Debido a su posterior carácter helenístico —al punto de reemplazar al latín por el griego como lengua oficial— algunos historiadores han optado por referirse a este Estado como un imperio esencialmente griego.4

A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, especialmente durante las guerras contra los sasánidas, normandos, búlgaros, árabes y, por último, turcos. Aunque su influencia en África del Norte y Oriente Próximo decayó como resultado de estos conflictos, el imperio continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación durante la dinastía Comneno en el siglo XII, el Imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la caída de Constantinopla y la conquista del resto de territorios bizantinos por los turcos otomanos en el siglo XV.

Durante este milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo e impidió el avance del islam hacia Europa Occidental. También fue uno de los principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.

En tanto que es la continuación oriental del Imperio romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un largo proceso que se inició cuando el emperador Constantino I el Grande trasladó la capital imperial a Constantinopla en el año 330, continuó con la división definitiva del Imperio tras la muerte de Teodosio I en 395 y la posterior caída en 476 del Imperio romano de Occidente, y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I, con cuyas reformas el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al del viejo Imperio romano. Algunos académicos, como Theodor Mommsen, han afirmado que hasta Heraclio puede hablarse con propiedad del Imperio romano de Oriente, pues este sustituyó el antiguo título imperial de «augusto» por el de basileus (palabra griega que significa ‘rey’ o ‘emperador’) y reemplazó el latín por el griego como lengua administrativa en el 620, tras lo cual el Imperio tuvo un marcado carácter helénico.

En todo caso, el término Imperio bizantino fue creado por la erudición ilustrada de los siglos XVII y XVIII y nunca fue utilizado por los habitantes de este imperio, que prefirieron denominarlo siempre Imperio romano (en griego: Βασιλεία Ῥωμαίων, Basilía Roméon o Ῥωμανία, Romanía) durante toda su existencia.

El término «Imperio bizantino»

La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue popularizado por autores franceses tales como Montesquieu.

El éxito del término puede guardar cierta relación con el rechazo histórico de Occidente a reconocer al Imperio romano de Oriente como continuación legítima de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como «Donación de Constantino» para proclamarse, con la connivencia del papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (‘Emperador de los Romanos’) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (‘Emperador de los Griegos’), y sus dominios, Imperium Graecorum (‘Imperio Griego’), o incluso Imperium Constantinopolitanus (‘Imperio de Constantinopla’). Está de más decir que los emperadores en Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. Esta distinción tampoco existió en el mundo islámico. El imperio bizantino fue conocido por los turcos como روم (Rûm, ‘tierra de los Romanos’) y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su fe en los territorios conquistados por el islam.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido despectivo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el Imperio desde finales del siglo XI.

La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión italiana «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.

Identidad, continuidad y conciencia

Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado cristiano y terminó sus más de 1000 años de historia en 1453 como un Estado griego ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional. Los bizantinos se identificaban a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se convirtió en sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego, romioi (es decir, pueblo griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que desarrollaban una conciencia nacional como residentes de Romania.

El patriotismo se reflejaba en la literatura, particularmente en canciones y en poemas como el Digenis Acritas, en el que las poblaciones fronterizas (de combatientes llamados akritai) se enorgullecían de defender su país contra los invasores. Con el tiempo, el patriotismo se volvió local, porque no podía ya descansar en la protección de los ejércitos imperiales. Aun cuando los antiguos griegos no fueran cristianos, los bizantinos se enorgullecían de estos ancestros. Aun en los siglos que siguieron a las conquistas árabes y lombardas del siglo VII y la consecuente reducción del Imperio a los Balcanes y Asia Menor, donde residía una muy poderosa y superior población griega, continuó este carácter multiétnico. A pesar de todo, desde el siglo IX se agudizó el proceso de identificación con la antigua cultura griega.

A medida que avanzó la Edad Media pasaron de referirse a sí mismos como romioi (‘romanos’) a helenoi (que tenía connotaciones paganas tanto como el de romios) o graekos (‘griego’), término que fue usado frecuentemente por los bizantinos, para su autoidentificación étnica, en especial en los últimos años del Imperio. La disolución del Estado bizantino en el siglo XV no deshizo inmediatamente la sociedad bizantina. Durante la ocupación otomana, los griegos continuaron identificándose como romioi y helenos, identificación que sobrevivió hasta principios del siglo XX y que aún persiste en la moderna Grecia.

Historia

Artículo principal: Historia del Imperio bizantino

Origen

La partición demográfica y geográfica del Imperio oriental tiene mucho que ver con la fisonomía que había adquirido la herencia que dejaron las conquistas de Alejandro Magno (356-323 a. C.). Tras su muerte, el imperio helenístico quedó fraccionado en Grecia, Anatolia, Media, y Egipto. Los herederos (diádocos), mantuvieron enfrentamientos por más de 100 años. Las pujas constantes terminaron debilitando a todos los reinos en cuestión, acudiendo a Roma como mediador entre sendas partes, fueron ocupadas paulatinamente y luego invadidas, entre los siglos I y II a. C. Lo que a Alejandro Magno le llevó doce años, Roma lo hizo en 150 años: pasaron a ser todas provincias romanas (a excepción de Persia y Media oriental). Los rasgos característicos de todas las regiones eran su origen multiétnico, la pluralidad religiosa (predominaba el politeísmo de cada región), y la gran diversidad de idiomas. Se destacaba principalmente la ciudad que el macedonio fundó, Alejandría, centro de proliferación del saber y la ciencia. En sí, Roma optó en dejar «todo tal como estaba», pero importando recursos económicos, ingenieros, cientistas y pensadores trabajando para su imperio.

Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su administración, el emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un «vice-emperador» y futuro heredero césar. Tras la abdicación pacífica de Diocleciano, el primer tetrarca, el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.

Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó Nueva Roma, pero se la conoció popularmente como Constantinopla o Constantinópolis (‘La Ciudad de Constantino’). La nueva administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.

Cambios religiosos

Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue decretada como oficial y obligatoria (bajo pena de muerte caso contrario) por el emperador Teodosio I, en el año 380 d. C. tras promulgar el Edicto de Tesalónica, lo que llevó a una fuerte resistencia y una larga serie de enfrentamientos de carácter religioso. Las regiones subordinadas por tantos siglos bajo un régimen imperial que permitía la libertad religiosa y las prácticas culturales propias de cada etnia, estaba ahora bajo una larga lista de nuevas prohibiciones.

División del imperio

A la muerte del emperador Teodosio I, en 395, el Imperio se dividió definitivamente: Flavio Honorio, su hijo menor, heredó Occidente, con capital en Roma, mientras que a su hijo mayor, Arcadio, le correspondió Oriente, con capital en Constantinopla. Para la mayoría de los autores, es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia del Imperio bizantino. Mientras que la historia del Imperio romano de Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto el joven Rómulo Augústulo por el germano (del grupo hérulo) Odoacro. En cambio la historia del Imperio bizantino se prolongó aún durante casi un milenio.

Historia temprana

En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago de tributos hasta que se disgregaron y acabaron de representar un peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del rey ostrogodo Teodorico el Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra el reino establecido por Odoacro.

La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada por la herejía monofisista que afirmaba que Cristo solo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también condenada por el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.

A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían las invasiones bárbaras parecía definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, estaban demasiado ocupados consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.

La época de Justiniano

Artículo principal: Recuperatio Imperii

Mapa del Imperio bizantino en el año 550, bajo el reinado de Justiniano.

Durante el reinado de Justiniano I (527-565), el Imperio llegó al apogeo de su poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio romano, para lo que, una vez restaurada la seguridad de la frontera oriental tras la victoria del general Belisario frente al expansionismo persa de Cosroes I en la batalla de Dara (530), emprendió una serie de guerras de conquista en Occidente:

Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad Decimum y Tricamarum, un Ejército al mando de Belisario conquistó el reino vándalo, ubicado en la antigua provincia romana de África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). El territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un funcionario denominado magister militum. En 535 Mundus ocupó Dalmacia. Ese mismo año Belisario avanzó hacia Italia, llegando en 536 hasta Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras una breve recuperación de los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino, capitaneado esta vez por Narsés, anexionó nuevamente Italia, creándose el exarcado de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de la península ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en Hispania se prolongó hasta el año 620.

Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena.

La época de Justiniano no solo destaca por sus éxitos militares. Bajo su reinado, Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura de la Academia de Atenas, destacando, entre otras muchas, las figuras de los poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador Procopio, y el filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión nombrada por el emperador codificó el Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis, permitiendo así la transmisión a la posteridad de uno de los más importantes legados del mundo antiguo. Otra recopilación legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano, fue publicado en 533. El esplendor de la época de Justiniano encuentra su mejor ejemplo en una de las obras arquitectónicas más célebres de la historia del Arte, la iglesia de Santa Sofía, construida durante su reinado por los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.

Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo, donde las carreras de cuadrigas se habían convertido en una diversión popular que levantaba pasiones. De hecho, eran usadas políticamente, expresando el color de cada equipo divergencias religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones populares usando colores políticos). La Iglesia reconoció al señor de Constantinopla como rey-sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una nueva Iglesia de la Divina Sabiduría (Hagia Sophia) como signo y símbolo de un esplendor magnífico y majestuoso.

Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de esplendor imperial dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al Imperio en una situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo VII. La necesidad de más financiación permitió que su odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia, impusiera mayores y nuevos impuestos a los ciudadanos de Bizancio. La revuelta de Niká (532) estuvo a punto de provocar la huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con su famosa frase «la púrpura es un sudario glorioso». O bello sudario, o buen sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las palabras de Teodora:

… quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú César, si quieres huir, nada es más fácil… en cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura y aparezca en público sin ser saludada como Emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: «La púrpura es un glorioso sudario».5

Así mismo, un desastre se cernió sobre el Imperio en el año 543 d. C. Se trataba de la Peste de Justiniano. Se cree que provocada por el bacilo Yersinia pestis, también conocida como “la peste negra”. Sin duda fue un elemento clave que contribuyó a agudizar la grave crisis económica que ya sufría el Imperio. Se estima que un tercio de la población de Constantinopla pereció por su causa.

El repliegue de Bizancio

Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad Oscura» acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de crisis, con tremendas dificultades externas (el hostigamiento del islam que conquistó las regiones más ricas, los continuos ataques de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha contra los persas en el este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos, símbolo de los enfrentamientos internos entre poder temporal y religioso). A pesar de ello, el Imperio salió de este periodo transformado y reforzado.

Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo el intolerable peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes. Su sucesor, Tiberio II abandonó la política militar de Justiniano y permitió que Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y se replegó a África. Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia (590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el Ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y las luchas internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la revolución de algunas provincias logró salvarlo.

Amenazas exteriores

Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para rescatar a los últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una empresa religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital. El siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a los persas en 628. En su guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de replegarlos hasta el corazón de su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de sobrevivir el ataque árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un gran respaldo por parte de la Iglesia.

Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión musulmana arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio sobrevivió a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y tomando características completamente helenísticas en el área balcánico-anatólica), mientras que los Persas fueron conquistados totalmente por los Árabes.

A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su monopolio del «fuego griego» (un producto químico capaz de arder en el agua) salvó al Imperio bizantino de la destrucción.

En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de Bulgaria (véase Primer Imperio búlgaro). Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.

La querella iconoclasta

Entre los años 726 y 843 el Imperio bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos, contrarios a dicha prohibición. La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido por el II Concilio de Nicea. La segunda etapa iconoclasta tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue restablecida definitivamente la ortodoxia.

No fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).6​ Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder estatal —los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclasia—, y el eclesiástico —el patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo—; también se ha señalado que mientras en Asia Menor los iconoclastas constituían la mayoría, en la parte europea del Imperio eran más predominantes los iconódulos.

Transformaciones

La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas (themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo occidental. A principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones importantes:

  • Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al islam de las provincias de Siria, Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor uniformidad. Los territorios que el Imperio conservaba a mediados del siglo VII eran de cultura fundamentalmente griega. El latín fue definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629, durante el reinado de Heraclio, está documentado el uso del término griego basileus en lugar del latín augustus. En el aspecto religioso, la incorporación de estas provincias al islam dio por concluida la crisis monofisita, y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
  • Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época de Constante II (641-668)— el Imperio fue dotado de una nueva organización territorial para hacer más eficaz su defensa. El territorio bizantino se organizó en los themata, distritos militares que eran al mismo tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y jefe militar, el estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
  • Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían alcanzado la artesanía y el comercio, implicó que la economía bizantina pasara a ser esencialmente agraria. La irrupción del islam en el Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas comerciales. Decreció la población y la importancia de las ciudades en el conjunto del Imperio, en tanto que empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia latifundista, especialmente en Asia Menor.

La mayoría de estas transformaciones se dio como consecuencia de la pérdida de las provincias de Egipto, Siria y Palestina, que pasaron a dominio musulmán.

Renacimiento macedónico (867)

Artículo principal: Renacimiento macedónico

El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía Amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la Dinastía Macedónica. Este período es conocido por los historiadores como «renacimiento macedónico».

Política exterior

Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal enemigo del Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva islámica. Sin embargo, los nuevos Estados musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra el islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre (965).

El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado búlgaro. Convertido al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón I (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue, sin embargo, declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos (‘Matador de búlgaros’) invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en 4 temas.

Mapa del Imperio durante el reinado de Basilio II.

Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio. En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y Metodio fueron enviados a evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus de Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina un Estado más amplio y extenso que el propio Imperio.

Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia en el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón II.

Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental (1054)

Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.

Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose la separación definitiva de las iglesias oriental y occidental. Además de la rivalidad por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.

La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, conocido como Cisma de Oriente y Occidente, con motivo de una nueva disputa sobre el texto del Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula Filioque, significando así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no solo del Padre, sino también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.

Declive del Imperio (1056-1204)

[](https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Emperador_Manuel_I_Comneno_(1143-1180.jpg)

Emperador Manuel I Comneno (1143-1180).

Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia y a miembros de su propia familia.7

En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos. Con la inesperada y aplastante derrota en la batalla de Manzikert (1071) de Romano IV a manos del sultán Alp Arslan, la hegemonía bizantina en Asia Menor llegó a su fin. Posteriores emperadores de la dinastía Conmena lograrían reconquistar parte de los territorios perdidos, pero tras 1204 esto fue imposible. Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176.

En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dirraquio, en Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Aprovechando la ausencia normanda y la pacificación temporal de los pechenegos en Bulgaria, el emperador Alejo I Comneno buscó la ayuda del papa Urbano II para reclutar un ejército que le ayudara a reconquistar Anatolia. Esto tuvo como resultado el inicio de las Cruzadas, que, irónicamente, terminarían causando el declive final del Imperio.

La intervención cruzada terminó generando problemas al Imperio. A pesar de haberse comprometido a ponerse bajo la autoridad bizantina, los cruzados terminaron por establecer varios Estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén. Los alemanes del Sacro Imperio y los normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-estado y repúblicas italianas como Venecia y Génova, a las cuales Alejo I había concedido derechos comerciales en Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de sentimientos antioccidentales. Los europeos en conjunto eran denominados despectivamente como “francos”, pueblo recordado por conquistar los antiguos territorios del Imperio occidental durante la época de Carlomagno. A los venecianos en especial les importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en cuenta que su flota de barcos era la base de la marina bizantina.

Cuarta cruzada y consecuencias (1204-1261)

La situación en la primera mitad del siglo XIII.

Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio, intentó conquistar sin éxito el Imperio durante la Tercera cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre el Imperio bizantino. La intención expresa de la Cruzada era conquistar Egipto, aunque los cruzados terminaron haciendo de mercenarios para la República de Venecia, que les prometió riquezas a cambio de tomar Zara (Hungría). La ciudad fue sitiada y cayó en 1202. Fue entonces que intervino Alejo IV Ángelo, quien estaba involucrado en una guerra civil en contra del incompetente Alejo III Ángelo. Sin tomar en cuenta el precario estado del tesoro imperial, Alejo IV prometió soldados y dinero a cambio de instaurarlo en el trono, y así lo hicieron. Cruzados y venecianos tomaron la ciudad sin muchas dificultades, puesto que el emperador había huido y los ciudadanos habían liberado al ex-emperador Isaac II, restaurado junto a su hijo Alejo IV. Sin embargo, estos fueron incapaces de pagarle a los cruzados, quienes en respuesta volvieron a atacar la ciudad.

Constantinopla cayó a los cruzados en 1204. Le siguieron tres días de pillaje y destrucción de importantes obras de arte; por primera vez desde su fundación por Constantino I, más de ochocientos años antes, la ciudad había sido tomada por un ejército extranjero. Los cruzados y venecianos firmaron el Partitio terrarum imperii Romaniae (“Partición del Imperio romano”), con el cual Imperio dejó de existir para dar lugar a una serie de estados cruzados. El más importante de estos fue el Imperio latino (1204-1261).

El Imperio hacia el año 1265, terminó siendo casi una representación geográfica de la Grecia Clásica del siglo V a. C.

El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo, Serbia, bajo Esteban Dushan, de la dinastía Nemanjić, se fortaleció aprovechando el desmoronamiento imperial e inició un proceso que culminaría con el establecimiento del Imperio serbio en 1346. Sin embargo, existieron tres remanentes griegos herederos del Imperio bizantino fuera de la órbita latina: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el Despotado de Epiro. El primero, gobernado por la dinastía Paleólogo, reconquistó Constantinopla en 1261 y derrotó al Epiro, revitalizando el Imperio, pero prestando demasiada atención a Europa cuando la creciente penetración de los turcos en Asia Menor constituía el principal problema.

Decadencia final y sitio turco (1261-1453)

Véase también: Caída de Constantinopla

La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, reducido a ser uno más de los numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos devastadoras guerras civiles.

Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacarlo, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas, a excepción de unas cuantas ciudades portuarias. Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida encabezado por un jefe llamado Osmán I, que daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí.

El Imperio bizantino hacia 1400 ya no era un imperio: terminó reducido a Laconia, Salónica y Constantinopla, aisladas entre sí.

El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados pusieron como condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. Los mandatarios bizantinos estudiaron la unión de las Iglesias y ocasionalmente incluso llegaron a imponerla por decreto, pero los ortodoxos no la aceptaron. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos conquistaron los territorios restantes.

Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus poderosas defensas, pero, con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido impenetrables excepto para los integrantes de la Cuarta Cruzada durante más de mil años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los otomanos. La caída de Constantinopla se produjo finalmente el 29 de mayo de 1453, después de un sitio de dos meses llevado a cabo por Mehmet II. El último emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Los últimos remanentes bizantinos independientes, Morea y Trebisonda, fueron también conquistados por Mehmet en 1460 y 1461 respectivamente. El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, sobrino de Constantino XI, vendió su título imperial a los Reyes Católicos antes de su muerte en 1502, aunque nunca fue usado por los monarcas españoles.8

Mundo bizantino

Demografía

Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino. J. C. Russell indica que a finales del siglo IV la población total del Imperio romano de Oriente era de unos veinticinco millones, repartidos en un área de aproximadamente 1 600 000 km². Hacia el siglo IX, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la crisis de población del siglo VI, se cree que habitaban el Imperio alrededor de trece millones de personas en un territorio de 745 000 km². Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es probable que el basileus rigiese los destinos de más de cuatro millones de personas. Desde entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su población— fue reduciéndose rápidamente hasta la caída de Constantinopla en 1453. Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos IV y V. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente desde el siglo II (llegó a tener un millón y medio de habitantes, que conservó hasta el siglo V), Constantinopla, con solo unos cien mil —en el momento de su fundación, contaba escasamente con treinta mil habitantes—, llegó en época de Justiniano a los cuatrocientos mil. Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa misma época se ha calculado en torno a los trescientos mil habitantes, algo mayor que la de Antioquía (un cuarto de millón). A estas les seguían en tamaño otras ciudades menores como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.

El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, solo quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla decreció considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y solo comenzó a recuperarse a mediados del siglo VIII. Se calcula que su población sería de trescientos mil habitantes durante el renacimiento macedónico, y de no menos de medio millón bajo la dinastía Comnena.

En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se calcula que, en el momento de su conquista por los turcos, la población de la capital estaba en torno a los cincuenta mil habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, rondaba los treinta mil.

Economía

Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos. La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.

Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando el islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el estrecho del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).

Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:

  1. El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará). Se conoce como Ruta de la Seda.
  2. Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar Negro, a través de los puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino II.
  3. Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano Índico, aprovechando los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no solo el comercio con la India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las provincias meridionales del Imperio.

El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.

Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.

El emperador

El jefe supremo del Imperio bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la Administración y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar. En algún momento de la historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de Romano I Lecapeno) llegó a haber hasta 5 césares simultáneos.

El sucesor no era necesariamente hijo del emperador. En muchos casos, la sucesión fue de tío a sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad imperial a través del matrimonio, como Nicéforo II o Romano IV.

Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser proclamados emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a las intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos crímenes. Para evitar que los emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia cegados y, en ocasiones, castrados, y confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II, llamado Rhinotmetos (‘Nariz cortada’), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al destierro, aunque recuperaría posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron sumamente frecuentes en la historia del Imperio bizantino, especialmente en las épocas de inestabilidad política.

El escudo del Imperio bizantino, cuando gobernaban los Paleólogos, hace referencia al papel político y religioso del emperador; el águila bicéfala porta en una pata un orbe o una cruz (la Iglesia); y en la otra, una espada (Estado).

La figura del emperador estaba especialmente relacionada con la Iglesia, que se convirtió en un factor estabilizador, y especialmente con el patriarca de Constantinopla. La monarquía bizantina tenía un carácter cesaropapista —uno de los títulos del emperador era Isapóstolos (‘Igual a los Apóstoles’), y ciertas prerrogativas de su cargo remiten al Rex sacerdos (‘Rey sacerdote’) de la monarquía israelita—. El emperador y el patriarca tenían una relación de mutua interdependencia: si bien el emperador designaba al Patriarca, era este el que sancionaba su acceso al poder mediante la ceremonia de coronación. Entre uno y otro hubo en la historia de Bizancio muchos momentos de tensión, pues los intereses del Estado diferían a veces de los de la Iglesia. En la última etapa del Imperio, por ejemplo, cuando los emperadores, para obtener la ayuda de Occidente frente a los turcos, intentaron restaurar la unidad religiosa de su Iglesia con la de Roma, se encontraron con la tenaz resistencia de los patriarcas.

Una de las principales bazas del emperador era su control sobre una eficaz administración, que se regía por el Corpus Iuris Civilis, recopilado en época de Justiniano. La organización territorial se basaba, desde el siglo VII, en los themata (‘temas’), provincias al mando de un strategos o general.

Ejército

Artículo principal: Ejército bizantino

El Ejército bizantino fue durante siglos el más poderoso de Europa. Continuación del Ejército romano, en los siglos III y IV fue sustancialmente reformado, desarrollando sobre todo la caballería pesada (catafracta), de origen persa. La armada bizantina tuvo un papel preponderante en la hegemonía del Imperio, gracias a sus ágiles embarcaciones, llamadas dromones (dromos) y al uso de armas secretas como el «fuego griego». La superioridad naval de Bizancio le proporcionó el dominio del Mediterráneo oriental hasta el siglo XI, cuando empezó a ser sustituida por el incipiente poder de algunas ciudades-estado italianas, especialmente Venecia.

En un primer momento existían dos tipos de tropas: los limitanei (guarniciones de frontera) y los comitatenses. A partir del siglo VII el Imperio fue organizado en themata, circunscripciones tanto administrativas como militares dirigidas por un strategos, cuya existencia mejoró sustancialmente la capacidad defensiva de Bizancio frente a sus numerosos enemigos exteriores. En la defensa de Bizancio jugó un importante papel la hábil diplomacia de sus emperadores. Los pagos de tributos mantuvieron mucho tiempo alejados a los enemigos del Imperio, y su servicio de espionaje logró salvar situaciones que parecían desesperadas.

Una de las debilidades del Ejército bizantino, que fue acentuándose con el tiempo, fue la necesidad de recurrir a tropas mercenarias, de fidelidad dudosa. Entre los cuerpos mercenarios más conocidos está la famosa guardia varega. La crisis más terrible que los mercenarios causaron en el Imperio fue seguramente la revuelta de los almogávares, en el siglo XIV. El arte de la estrategia alcanzó un gran auge en época bizantina, e incluso varios emperadores, como es el caso de Mauricio escribieron tratados sobre el arte militar. Estas doctrinas ensalzaban el sigilo, la sorpresa y el liderazgo de los comandantes.

Religión

Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la importancia de la religión y del estamento eclesiástico en su ideología oficial, Iglesia y Estado, emperador y patriarca, se identificaron progresivamente, hasta el punto de que el apego a la verdadera fe (la «ortodoxia») fue un importante factor de cohesión política y social en el Imperio bizantino, lo que no impidió que surgieran numerosas corrientes heréticas.

El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que en Occidente. Es muy significativo el hecho de que el Concilio de Calcedonia reconociera en 451 cinco grandes patriarcados, de los cuales solo uno (Roma) era occidental; los otros cuatro (Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de Oriente. De todos ellos, el principal fue el Patriarcado de Constantinopla, cuya sede estaba en la capital del Imperio. Las otras tres sedes fueron separándose paulatinamente de Constantinopla, primero a causa de la herejía monofisita, duramente perseguida por varios emperadores; luego, con motivo de la invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.

Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a los monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como el monotelismo, defendido por Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo, en los años 680 y 681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó definitivamente a la ortodoxia.

La Iglesia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta, primero entre los años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos grupos religiosos: los iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a las imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos fueron prohibidos por León III, que ordenó la destrucción de todas las representaciones de Jesús, la Virgen María y de todos los santos, comenzando así las más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la emperatriz Irene convocó el II Concilio de Nicea en 787 que reafirmó los iconos. Esta emperatriz consideró una alianza matrimonial con Carlomagno que hubiera unido ambas mitades de la cristiandad, pero que fue desestimada.

El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado definitivamente en 843. Todos estos conflictos internos no ayudaron a resolver el cisma que se estaba produciendo entre Occidente y Oriente.

En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó el primado de Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en 1054, con el llamado Cisma de Oriente y Occidente. Focio se esforzó también en equiparar el poder del patriarca al del emperador, postulando una especie de diarquía o gobierno compartido.

El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en una Iglesia nacional. Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en 1204 por la invasión de los cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal a Nicea.

Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida como hesicasmo (del griego hesychía, que puede traducirse como ‘quietud’ o ‘tranquilidad’). El hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo por las comunidades monásticas. Su máximo representante fue Gregorio Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica.

Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa con Roma: en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental frente a los turcos. Sin embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.

Cultura y arte

Véase también: Arte bizantino

Lengua y literatura

Artículo principal: Literatura bizantina

En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el latín y el griego. El primero era la lengua de la administración estatal, en tanto que el griego era la lengua hablada y el principal vehículo de expresión literaria. La Iglesia y la educación utilizaban también el griego. A esto debe añadirse que algunas regiones del Imperio empleaban otras lenguas, como el arameo y su variante, el siríaco, en Siria y Palestina y el copto en Egipto.

Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que, en la primera mitad del siglo VII, se convirtió también en la lengua de la administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el título de Augustus, en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín, sin embargo, continuó apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el siglo XI.

La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una mayor helenización del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el resultado de la evolución del griego helenístico, y suele denominarse griego medieval o griego bizantino. Existían grandes diferencias entre el lenguaje literario, deliberadamente arcaico, y el lenguaje hablado, la koiné popular, muy rara vez utilizada en la literatura.

La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se caracteriza por tres elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental. Helenismo porque continúa la tradición de la Grecia clásica pese a los intentos romanizadores de Justiniano, de lengua materna latina,9​ y su sobrino Justino II, que solo alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue desde Constantino la religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual hasta bien entrado el siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con pueblos asiáticos y africanos.

La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el de Digenis Akritas, y con líricos de primer orden como Teodoro Pródromo. Posee unos géneros característicos, como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y las novelas bizantinas (Estacio Macrembolita: Los amores de Isinia e Ismino; Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante y Dosicles; Nicetas Eugeniano, Las aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de Aristandro y Calitea). Fue especialmente fecunda en escritores teológicos (como, por ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y hagiográficos. Repercutió en particular en la literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat, divulgada por todo Occidente, en la cual se encuentran alusiones a la vida de Buda.

La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea, secretario que fue del célebre general Belisario durante el reinado de Justiniano y a la vez panegirista del emperador en los seis libros de sus Historias y su detractor en la llamada Historia secreta. En la lírica destaca el género del epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías, este último antologista e historiador del periodo que siguió a Justiniano. Jorge de Pisidia compuso poesía épica y epigramas. Existe un interesante libro de viajes de Cosmas Indicopleustes. Del siglo VII destaca un historiador, Simocata, que no llegó a la importancia de Procopio; en este siglo se hizo famoso el poeta Romano el Mélodo, autor de himnos religiosos. Entre el siglo VIII y el XI se compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis Acritas, compuesta en una lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las hazañas de Alejandro Magno y se componen enciclopedias como la Suda, de no siempre acendrada veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de epigramática griega que se conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra en el género tradicional pagano con la obra del monje Teodoro Estudita y de la monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras, como León VI el Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino VII Porfirogéneta. San Juan Damasceno compuso tratados teológicos y polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro escribe también sobre la cuestión iconoclasta, así como obras ascéticas y de exégesis.

En el último periodo, desde finales del XI, existe una gran cantidad de literatura polémica religiosa, pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas más variados y se propicia un renacimiento de las letras griegas, renacimiento que pasó a Europa con la dispersión de los eruditos bizantinos por la península itálica tras la conquista de Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá el estudio del griego y el Humanismo y de ahí pasará al resto del mundo. Tzetzes escribe poemas didácticos y eruditos. El epigrama alcanza cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan Mauropo. Se escriben novelas en Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la célebre Crónica de Morea, que mandó traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén Juan Fernández de Heredia. El inquieto e inconformista poeta Teodoro Pródromo escribe cuatro poemas satíricos en la lengua popular y escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los Gatos contra los Ratones a modo de parodia épica. Hay excelentes historiadores que dejan testimonio de las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas Acominato, Paquimeras, Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa imperial autora de La Alexiada, historia de su padre Alejo I Comneno. Durante la época de los Paleólogos la literatura entra en decadencia, pero después surge con fuerza la filología.

Arquitectura bizantina

Artículo principal: Arquitectura bizantina

La arquitectura bizantina es heredera de la arquitectura romana y la arquitectura paleocristiana. Es una arquitectura esencialmente religiosa, aunque no faltaron los edificios civiles de importancia. Muestra una marcada predilección por el ladrillo como material de construcción (aunque disimulado por lajas de piedra en el exterior y por suntuosos mosaicos en el interior). Aunque utiliza la columna (destaca la sustitución del ábaco por el cimacio), su innovación más característica es el uso sistemático de la cubierta abovedada. Los tipos de bóveda más utilizados son la de cañón y la de arista, pero destaca sobre todo la cúpula, con su característica base sobre pechinas (aunque también se empleó ocasionalmente la cúpula sobre trompas). En cuanto a la planta, la más frecuente en los templos es la de cruz griega, con una cúpula en la intersección de las naves. Es frecuente que los templos, además del cuerpo de nave principal, posean un atrio o narthex, de origen paleocristiano, y el presbiterio precedido de iconostasio, llamada así porque sobre este cerramiento calado se colocaban los iconos pintados.

En la historia del arte y la arquitectura bizantinas suelen distinguirse tres períodos o «Edades de Oro». La Primera Edad de Oro tiene su momento más representativo en la época de Justiniano, y sus edificios más destacados son la iglesia de los Santos Sergio y Baco, la de Santa Irene y, sobre todo, la de Santa Sofía, todas ellas en Constantinopla.

La Segunda Edad de Oro coincide con el renacimiento macedónico (siglos IX, X y XI). Sigue siendo la iglesia de planta central cubierta con cúpula el modelo fundamental. Son frecuentes las iglesias de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, con los brazos de la cruz cubiertos con bóvedas de cañón, y cinco cúpulas, una en el centro y otras cuatro en los ángulos. El prototipo era la Nueva Iglesia (Nea) construida por Basilio I, hoy desaparecida. Algunas iglesias destacadas son la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, Santa Catalina de Salónica, la catedral de Atenas y la basílica de San Marcos de Venecia.

La Tercera Edad de Oro comienza tras la recuperación de Constantinopla en 1261. Es una época de difusión de las formas bizantinas, tanto hacia el Norte (Rusia) como hacia Occidente. Las novedades de este período son más bien decorativas que estructurales. Destacan iglesias como Santa María Pammakaristos en Constantinopla, las iglesias del monte Athos o el conjunto de iglesias de Mistra, en el Peloponeso.

Escultura

Artículo principal: Escultura bizantina

El estilo bizantino quedó definido a partir del siglo VI. Anteriormente dominaba el estilo romano tardío, aún en la misma Constantinopla, según lo evidencian diversas estatuas erigidas por toda la ciudad. No obstante, otros monumentos de la época iniciaban ya el gusto bizantino, como Disco de Teodosio de Madrid que ostenta en bajorrelieve las figuras del emperador y su corte (393).

El estilo Bizantino en escultura debe considerarse como una derivación del Helenico, bajo la influencia asiática. Le caracterizan, en general, cierto amaneramiento, uniformidad y rigidez o falta de naturalidad en las figuras junto con la gravedad la cual suele consistir en esmaltes, en imitaciones de piedras y sartas de perlas, en trazos geométricos y en follaje estilizado o desprovisto de naturalidad.[1]

Cultivó el arte bizantino muy poco el bulto redondo, pero abundó en relieves sobre marfil, plata y bronce y no abandonó del todo el uso de camafeos y entalles en piedras finas. En los relieves, como en las pinturas y mosaicos se presentan las figuras mirando de frente.

Mosaicos

De la cultura Helenica10​ Bizancio heredó la decoración mediante mosaicos que llegaron a su máximo esplendor con este imperio. Los mosaicos eran figuras formadas por pequeños trozos de piedra o vidrio coloreado (llamadas también teselas). Seguían estrictas normas para ilustrar pasajes de la vida de los emperadores y escenas religiosas. Estas últimas cubrían las murallas y cielos rasos de las iglesias.

De esa habilidad alcanzada con respecto a los mosaicos resurge el interés de los vidrieros de Bizancio por la imitación de las piedras preciosas, con lo que llegaron a alcanzar una habilidad tan grande que resultaba bastante difícil poder distinguirlas de las auténticas.

Pintura

Artículo principal: Pintura bizantina

Son particularmente destacables los retablos de temática religiosa conocidos como iconos.

Música

Artículo principal: Música bizantina

La música bizantina, de carácter normalmente religioso, estaba fuertemente emparentada con el canto gregoriano.

Legado

El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de la tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como un reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo describió como el resultado de una triple fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma oriental.

Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el pasado clásico y su antigua legitimidad.

La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453 como la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano, Mehmet II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos de los emperadores bizantinos hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del siglo XX. Sin embargo, el papel del emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue reclamado por los grandes duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia (el título de zar proviene del latín caesar, ‘césar’). Sus sucesores apoyaron la idea de que Moscú era la heredera legítima de Roma y Constantinopla, la Tercera Roma —una idea mantenida por el Imperio ruso hasta su propio fin a principios del siglo XX—.

Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda, el eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición del Imperio bizantino provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses a América y África en busca de rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron la Reconquista antes y dispusieron de los recursos necesarios con antelación crearon un Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar África. Los españoles, posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la creación de un imperio que transformaría a España en la primera potencia mundial.

Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos, tanto en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería clave para el Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de información sobre los logros del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se cree que el resurgir cultural, económico y científico del siglo XV no hubiera sido posible sin las bases establecidas en la Grecia bizantina.

La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para pensadores europeos como Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de mencionar que el Imperio fue clave en la extensión del cristianismo, que definiría Europa durante siglos. De los cuatro mayores focos de esta religión, tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en su territorio y hasta que no aconteció el cisma de Oriente fue su mayor foco espiritual. También fue responsable de la evangelización de los pueblos eslavos, gracias a misioneros tan célebres como Cirilo y Metodio, que evangelizaron a los pueblos eslavos y desarrollaron un sistema de escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en muchos países, el alfabeto cirílico. Por último es notable su influencia en las Iglesias copta, etíope, y la de armenia.

Véase también

Notas

  1. Vermeule, Cornelius C.; Ainalov, D. V.; Sobolevitch, Elizabeth; Sobolevitch, Serge; Mango, Cyril (1962). «The Hellenistic Origins of Byzantine Art». The Classical World 55 (9): 297. ISSN 0009-8418. doi:10.2307/4344908. Consultado el 25 de febrero de 2021.

Bibliografía sobre el Imperio bizantino

En español

Historias generales

El mundo bizantino

  • BRAVO GARCÍA, A.; SIGNES CODOÑER, J.; RUBIO GÓMEZ, E. (2001). El imperio bizantino: historia y civilización: coordenadas bibliográficas. Madrid: Ediciones Clásicas. ISBN 84-7882-195-3.
  • BAYNES, Norman H. (1996). El Imperio bizantino. México DF: Fondo de Cultura Económica (séptima reimpresión). ISBN 968-16-0720-1.
  • CHRYSOS, Evangelos (2005). El imperio bizantino, 565–1025 (Enciclopedia del Mediterráneo, 21). Editorial Icaria. ISBN 84-7426-755-2.
  • WALKER, Joseph M. (2005). Historia de Bizancio. Madrid: Edimat. ISBN 84-9764-502-2.

Divulgación

En otros idiomas

Fuentes primarias

Esta una lista de algunas de las más importantes fuentes primarias de la historia bizantina, ordenadas cronológicamente:

Siglos V–VII

Siglos VIII–XIII

Siglos XIII–XV

Enlaces externos

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Saluditos amiga gracias por las informaciones muy interesantes lindo dia

ALGUNAS DE MIS FIRMAS 4rPkyEN

Me recuerda la escuela, la clase de historia siempre fue mi favorita, gracias Sorti!

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