En 2006, arqueólogos hicieron un hallazgo sorprendente en el desierto de Xinjiang, China: una momia de la Edad de Hierro, excepcionalmente bien conservada, rodeada de objetos que revelaban secretos de una cultura antigua… y de un estilo de vida inesperado.
El cuerpo, encontrado en la Tumba 90 del grupo de Yanghai, pertenecía a un hombre de unos 45 años, de rasgos caucásicos muy marcados y ojos azules aún visibles. ¿Qué hacía alguien así, con rasgos europeos, enterrado en plena Asia Central miles de años antes de la Ruta de la Seda?
Los investigadores creen que formaba parte de los gushi, un pueblo nómada de lengua indoeuropea (tocario), emparentada con lenguas como el celta. Se piensa que emigraron desde las estepas rusas hasta el desierto del Gobi hace más de 3.000 años. Eran jinetes, pastores, músicos y expertos arqueros.
Pero lo más llamativo fue lo que encontraron junto a él…
Un alijo de marihuana aún verde, cuidadosamente guardado en un cuenco de madera dentro de una cesta de cuero. Junto a él había bridas, una arpa kongou, equipo de caza, un neceser y otros objetos rituales. Todo indica que este hombre no era un guerrero cualquiera, sino un chamán, posiblemente dedicado a prácticas curativas o espirituales que involucraban el uso de plantas psicoactivas.
Este hallazgo —uno entre cientos en las Tumbas de Yanghai— rompe muchos mitos sobre las antiguas culturas del desierto chino. No solo revela la existencia de tribus caucásicas en la región, sino también su sofisticación cultural, uso de instrumentos musicales, y rituales que incluían el consumo de cannabis.
Los gushi fueron una civilización olvidada… hasta que el viento del desierto devolvió su historia a la luz.