Durante la Prohibición en Estados Unidos (1920-1933), el trago estaba prohibido por ley, pero la creatividad floreció en formas inesperadas.
Uno de los métodos más ingeniosos lo idearon los productores de uva: los famosos “ladrillos de vino”, bloques semisólidos de jugo de uva concentrado que parecían inocentes, pero escondían un secreto.
Cada ladrillo venía con instrucciones muy particulares. Se decía cómo disolverlo en agua para obtener jugo de uva, pero incluía también una advertencia irónica: “Después de disolver el ladrillo en un galón de agua, no coloque el líquido en una jarra en el armario durante veinte días, porque entonces se convertiría en vino”.
Esa “advertencia” era, en realidad, una receta disfrazada. Los consumidores entendían perfectamente que si seguían ese paso prohibido, obtendrían vino casero sin necesidad de recurrir al mercado clandestino.
El truco fue tan popular que millones de ladrillos se vendieron en todo el país, desafiando la Prohibición de manera casi descarada, pero técnicamente sin romper la ley.
Así, bajo la apariencia de un simple concentrado de uva, se escondía una de las formas más ingeniosas en que la gente mantuvo viva su relación con el vino en una de las épocas más estrictas de la historia estadounidense.